Necesitamos dos ojos porque así vemos las cosas mejor. Cada ojo envía al cerebro una imagen un poco distinta de lo que ve, y, calculando las pequeñas diferencias, el cerebro sabe exactamente a qué distancia está un objeto. Eso es lo que llamamos percepción de profundidad y nos ayuda a hacer cosas como atrapar una pelota al vuelo o dar la mano.