El sistema nervioso central, desde el cerebro a la médula espinal, se halla envuelto en tres membranas de tejido seroso, las meninges (llamadas duramadre, aracnoides y píamadre). La meningitis es la infección de estas membranas por agentes microbianos, entre los cuales el más común es el meningococo o agente de la meningitis cerebroespinal, que puede revestir caracteres epidémicos. Pero también puede haber meningitis a neumococo, a estafilococo y a estreptococo, meningitis a virus, como la de las paperas, y meningitis a forma crónica, tuberculosa, sifilítica, etc.
En la meningitis cerebroespinal el meningococo circula primero en la sangre, en cuyo periodo puede percibirse en los cultivos. Luego se localiza en las meninges produciendo cefalea intensa, excitabilidad, vómitos, convulsiones, rigidez de la nuca y de la musculatura lumbopelviana, y otros síntomas del sistema nervioso. Puede haber delirio y coma. Hasta el advenimiento de la seroterapia la meningitis cerebroespinal era mortal en la mayor parte de los casos. La tuberculosa lo era siempre.
En 1908 Simón Flexner y Jaime W. Jobling obtuvieron un suero que constituyó una de las más notables realizaciones de la terapéutica médica. Durante la primera guerra mundial se desarrolló una epidemia y el suero antimeningocócico mostró su eficacia reduciendo la mortalidad del 90 al 50 por ciento. Más tarde, con la aparición de las drogas sulfamidadas, el coeficiente de mortalidad descendió a un 10 por ciento y, últimamente, el empleo de los antibióticos, tanto por vía paraenteral como intrarraquídea, ha reducido la mortalidad aún más.
La meningitis tuberculosa, que hasta hace pocos años era mortal en el 100 por ciento de los casos, ha dejado de serlo en la actualidad en virtud del uso de la estreptomicina, del PAS (o ácido paraaminosalicílico) y de la hidrazida del ácido nicotínico, o isoniazida. Posteriormente se ha completado el arsenal terapéutico con el rifampin, el etambutol y la capreomicina, útiles cuando el paciente ha desarrollado sensibilidad a otras drogas.
La puerta de entrada de la infección suele ser la boca, ya que el meningococo está siempre presente en las secreciones bucofaríngeas de los enfermos de meningitis. Hay también personas que tienen el germen normalmente en la garganta, sin ser susceptibles a la enfermedad. Son los portadores de gérmenes que, sin saberlo, pueden propagar la infección y que es necesario descubrir y separar de los sanos durante los brotes epidémicos de meningitis.