Fue en 1733 cuando un tejedor inglés llamado John Kay inventó una lanzadera volante que, aplicada a los telares, permitía a un sólo operario tejer varios anchos de tela simultáneamente y con la mayor rapidez. Esta innovación hizo que la manufactura de tejidos pasara de la pequeña empresa familiar a la gran fábrica, lo que fue punto de partida de la Revolución Industrial.
La primera hiladora mecánica, la Spinning Jenny, fue patentada en 1770 por James Heargraves. Con ella, un obrero multiplicaba por ocho su capacidad productiva. Con el fin de aumentar aún más la velocidad, el inglés Edmund Cartwright construyó en 1785 un telar mecánico realmente operativo que se impulsaba con una máquina de vapor. Su invento dinamizó la producción de seda y lino y la industria textil se convirtió en uno de los grandes motores de la economía inglesa.
A comienzos del siglo XIX, el francés Joseph-Marie Jacquard inventa un telar en el cual una serie de tarjetas perforadas va pasando sobre los ganchos encargados de tejer. Cuando uno de ellos coincide con el agujero de una tarjeta, pasa a través de ella y engancha el correspondiente hilo de la urdimbre. La idea resulta tan simple y genial que incluso hoy se utiliza en telares que ejecutan tejidos con dibujos complicados, tales como los brocados y los damascos. Este primer telar Jacquard se pone en funcionamiento en 1805, y en el transcurso de una década funcionan en Francia más de 10,000. El diseño de las tarjetas perforadas se utilizará en el siglo XX en algunas de las primeras computadoras electrónicas.
El tejido de punto también recibió innovaciones. En 1610, el clérigo inglés William Lee construyó una máquina para tricotar medias automáticamente. A mediados del siglo XVII, su uso se generalizó y propició el desarrollo de versiones más perfeccionadas.