Cada vez es más raro —y muy buscado por los aficionados y los comerciantes de antigüedades—, el venerable reloj de pesas, enderezado en su alta caja, a veces bellamente decorado y que muestra tras el cristal el vaivén de la ancha luna de cobre que lastra el largo péndulo. Con este reloj se abrió la era de la relojería mecánica. El motor no es más que una pesa atada a una cadena que se enrolla en torno a un cilindro cuando se da cuerda al mecanismo. Al provocar el desenrollamiento de la cadena, la pesa hace girar el tambor. Esto produce el movimiento de las agujas, que, como en el reloj de péndulo, resulta uniforme gracias a las oscilaciones regulares de la péndola.
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