En el año 1929, el biólogo inglés Alejandro Fleming (1882-1955) trabajaba en su laboratorio, como lo había hecho desde que obtuvo su título de médico después de una brillante carrera universitaria. Durante uno de sus experimentos, olvidó cubrir la placa de vidrio en la cual estaba cultivando algunos gérmenes dañinos, y poco tiempo después pudo observar que sobre el vidrio se había formado una especie de moho. Y este moho hacía desaparecer los gérmenes. Tal fue el principio para el descubrimiento de uno de los antibióticos modernos más eficaces: la penicilina.
Fleming siguió estudiando y cultivando aquel moho, formado por hongos microscópicos, y haciendo toda clase de esfuerzos para obtener una preparación que pudiera utilizarse como medicamento. En el año 1941 logró conseguir su propósito, gracias a los estudios combinados del mismo Fleming y de los sabios Florey y Chain.
La gran importancia médica del descubrimiento de la penicilina fue bien pronto reconocida en todo el mundo. El doctor Fleming, junto con Florey y Chain, recibieron, en 1945, el premio Nobel de Fisiología y Medicina.