Los historiadores de la medicina, al referirse a la distribución histórica de las enfermedades, suelen hablar de una primera y larga etapa a la que llaman era de las grandes epidemias, que abarcaría desde los primeros tiempos hasta el último cuarto del siglo XIX. Esta era la subdividen en dos períodos de muy desigual duración, en los que, respectivamente, predominan la peste (hasta mediados del s. XVII) y el cólera (s. XIX); entre ambos períodos habría uno de transición dominado principalmente por la viruela, (s. XVIII). Esta distribución está referida a Europa, puesto que, si nos fijamos en la viruela, veremos que se trata de una enfermedad antiquísima para el Extremo Oriente. Sin embargo, no existen testimonios de su desagradable presencia en las sociedades europeas hasta la Edad Media, y realmente sólo alcanzó un carácter endémico en Europa durante el citado siglo XVIII. Durante este tiempo la viruela fue una de las causas mayores de la mortalidad infantil; de hecho la viruela está considerada como la enfermedad más contagiosa entre los seres humanos. En efecto, las epidemias de viruela eran capaces de asolar pueblos enteros y, a decir verdad, no existe un tratamiento específico contra ella aún hoy día. ¿Por qué, entonces, sus terribles efectos comienzan a extinguirse en Europa a comienzos del s. XIX? Pues porque un médico británico llamado Edward Jenner descubrió por entonces si no el modo de curarla, sí al menos el modo de no contraerla. Edward Jenner fue, en efecto, el descubridor de la vacunación preventiva contra la viruela. Jenner era un médico rural que, partiendo de una costumbre de la medicina popular de su época, indagó sobre la inmunidad que era capaz de conferir una inoculación con el cow pox (viruela de las vacas), lo que le llevó al descubrimiento y a la práctica de la vacunación; efectuó ésta por primera vez en un ser humano en la persona del niño James Phipps en 1796: su resultado y otros posteriores fueron todos favorables.
Jenner expuso sus conclusiones en su obra Indagación sobre las causas y efectos de la vacuna de la viruela (1798), conclusiones que fueron rechazadas por la Royal Society. Sin embargo, el método no fue despreciado por los ejércitos austríaco y francés, a los que proporcionó resultados espectaculares; el mismo Napoleón llegó a afirmar que la vacuna de Jenner le resultó más valiosa que todo un ejército. De este modo Edward Jenner se convertía en el auténtico pionero de la ciencia inmunológica, sistematizada algo más de medio siglo después por Pasteur.