Los sólidos, como los líquidos, aunque en menor escala, emiten constantemente desde la superficie moléculas y aun partículas que se difunden en la atmósfera y quedan libres en estado gaseoso. Esto es muy perceptible en los cuerpos que despiden olor. En unos, que apenas huelen, se acentúa el olor al frotarlos, porque con ello, se facilita el desprendimiento de las moléculas superficiales; en otros, como el almizcle, el olor es tan intenso, que hace irrespirable un recinto cerrado. En la atmósfera, se observan espontáneamente este cambio y el inverso. Las superficies heladas, en los glaciares, producen de continuo vapor de agua, porque en la superficie, el hielo pasa a vapor; por lo contrario, en las altas capas de la atmósfera, el vapor de agua pasa a hielo, y sus bellas cristalizaciones forman esas nubes eirrosas, como plumas tenues blanquecinas, a las que se da el nombre de cirros, que ofrecen tonalidades rosadas y rojizas a la caída de la tarde.
La técnica ofrece medios muy variados para conseguir que un sólido pase a gas por sublimación o que los gases se condensen en polvo sólido. Todo depende de someter al cuerpo a la presión y temperatura convenientes; el físico sabe cómo realizarlo sin necesidad de pasar por el estado líquido intermedio. Esto lo aprovecha la técnica industrial en multitud de casos y es muy conocido en la farmacopea. Todos conocen los calomelanos y el azufre en polvo o sublimado, que se obtienen mediante la producción de sus propios vapores y haciendo que se acumulen en recintos o cámaras cerradas, en donde saturan el espacio y se condensan en lluvia de polvo tenuísimo.