En toda agua hay impurezas. Aun las gotas de lluvia toman polvo y bióxido de carbono en su caída. Casi todos los ríos llevan desechos industriales y agrícolas, y algunos, agua reusada que es bombeada río arriba —por lo común para riego— y que vuelve corriente abajo. Sea clara o lodosa, toda el agua destinada al consumo humano debe ser limpiada y purificada haciéndola pasar a lo largo de un complejo y eficiente sistema cíe tratamiento, como el aquí presentado. En la operación se bombea el agua a través de tamices que eliminan los desechos voluminosos; luego pasa por filtros de grano fino donde pierde los sedimentos y minerales microscópicos. El agua así limpiada es desinfectada en seguida con cloro o alguna otra sustancia similar y a veces ablandada con cal y sosa. Es cierto que este proceso garantiza su pureza, pero de ningún modo su buen sabor. Un funcionario de una planta purificadora de EE.UU. que toma agua de corrientes muy contaminadas, dice, "Nunca se ha dudado de la potabilidad de nuestra agua, pero sí de su buen sabor".
Aunque pueda parecer paradójico o increíble, son precisamente los vestigios de sustancias minerales —eliminados en el proceso de tratamiento— los que dan al agua de beber su "sabor" característico.