Un panorama más amplio se logra cuando los satélites orbitadores se usan como sensores de contaminación. En cosa de segundos los satélites presentan una superficie de unos 33.000 km² merced a sensores que detectan diferencias de temperatura en la superficie del agua y bajo ella. Estos datos se envían a computadoras especiales, situadas en Tierra las cuales proporcionan un mapa térmico que muestra la distribución de la contaminación orgánica por los gases tibios que emite.
Con tal información, los científicos identifican con facilidad el tipo de contaminación y su fuente. Si se toman medidas para detenerla, los sensores de largo alcance sirven también para observar el adelanto y la eficacia del proceso de limpieza y purificación.