Para los que creen ciegamente en tal posibilidad, el descubrimiento arqueológico realizado en Palenque el 10 de junio de 1952 viene a suponer una prueba casi definitiva de la presencia de extraterrestres en nuestro planeta. Ese día, el profesor Alberto Ruiz Lhuillier, del Instituto Nacional de Antropología de México, descubrió un monumento funerario de considerable tamaño mientras dirigía unas excavaciones arqueológicas en los subterráneos de una de las pirámides de Palenque, en Chiapas (sudeste de México). Palenque contiene el conjunto de ruinas mayas más importante de los conservados hasta hoy; pertenecen a una desconocida ciudad, cuyo nombre maya no se ha conservado y que debió de ser el centro cultural o artístico de aquel viejo imperio precolombino. Sus edificios más destacados, como el airoso palacio y algunos templos, se alzan sobre un plano elevado, generalmente sobre una base tronco-piramidal. Fue bajo una de estas pirámides donde Lhuillier encontró aquella curiosa gran tumba. En la losa que la cubría se veía claramente grabado en relieve lo que pudiera muy bien ser un cohete interplanetario. Sorprendentemente, en su interior aparecía representado con notable nitidez y detalle un individuo cubierto con una especie de casco y unos tubos que se introducían en su nariz. Se calculó que el grabado pudo haber sido hecho hace unos diez mil años. Para colmo de sorpresas, en el interior de la sepultura se hallaron los restos humanos de alguien cuya constitución física no correspondía con la de los primitivos pobladores de esa región. Otros científicos confirmaron más tarde que el cuerpo no era el de un indio maya. ¿Quién era aquel extraño ser? Si fue algún visitante de otro mundo y sus ya lejanos descendientes no han olvidado el camino de nuestro planeta, quizás algún día vuelvan y nos lo expliquen.
¿Quién era el extraño ser enterrado en la pirámide de Palenque?
Para los que creen ciegamente en tal posibilidad, el descubrimiento arqueológico realizado en Palenque el 10 de junio de 1952 viene a suponer una prueba casi definitiva de la presencia de extraterrestres en nuestro planeta. Ese día, el profesor Alberto Ruiz Lhuillier, del Instituto Nacional de Antropología de México, descubrió un monumento funerario de considerable tamaño mientras dirigía unas excavaciones arqueológicas en los subterráneos de una de las pirámides de Palenque, en Chiapas (sudeste de México). Palenque contiene el conjunto de ruinas mayas más importante de los conservados hasta hoy; pertenecen a una desconocida ciudad, cuyo nombre maya no se ha conservado y que debió de ser el centro cultural o artístico de aquel viejo imperio precolombino. Sus edificios más destacados, como el airoso palacio y algunos templos, se alzan sobre un plano elevado, generalmente sobre una base tronco-piramidal. Fue bajo una de estas pirámides donde Lhuillier encontró aquella curiosa gran tumba. En la losa que la cubría se veía claramente grabado en relieve lo que pudiera muy bien ser un cohete interplanetario. Sorprendentemente, en su interior aparecía representado con notable nitidez y detalle un individuo cubierto con una especie de casco y unos tubos que se introducían en su nariz. Se calculó que el grabado pudo haber sido hecho hace unos diez mil años. Para colmo de sorpresas, en el interior de la sepultura se hallaron los restos humanos de alguien cuya constitución física no correspondía con la de los primitivos pobladores de esa región. Otros científicos confirmaron más tarde que el cuerpo no era el de un indio maya. ¿Quién era aquel extraño ser? Si fue algún visitante de otro mundo y sus ya lejanos descendientes no han olvidado el camino de nuestro planeta, quizás algún día vuelvan y nos lo expliquen.