Las ruinas constituyen un valioso documento arquitectónico de la primitiva cultura inca. En apenas una extensión de 400x200 metros, se observa una división en varios barrios: el de las dependencias del jefe inca, el destinado a las funciones religiosas, el de los artesanos, el de los intelectuales y el del pueblo. Pero fundamentalmente la ciudad se halla dividida en baja y alta, en que correspondientemente vivían las clases pobres y las ricas. Las terrazas cultivables rodean a Machu Picchu, situadas al borde de precipicios. Los palacios, el templo y su escalinata, el torreón, el observatorio, puentes, pórticos, la casa del vigía y las numerosas casas particulares se adivinan, desde sus propias ruinas, formando un conjunto armónico en el que cada elemento tiene su finalidad práctica. Es una ciudad muerta y bella, de un estilo recio y sobrio.
Las ruinas fueron descubiertas en 1911 por el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham. Los indios conocían la existencia de Machu Picchu, pero guardaron el secreto durante siglos, hasta que un mestizo lo desveló al guiar a Bingham a la misteriosa ciudad. ¿Cuál era la razón de tal secreto? Se desconoce. Como se desconocen muchas otras cosas de Machu Picchu: la ciudad parece haber sido abandonada en un momento dado por sus habitantes y, sin embargo, no hay señal alguna de cataclismo natural que lo justificara. No se sabe, pues, por qué sus moradores la dejaron, del mismo modo que no se sabe qué razón les llevó a construirla allá arriba, ni quién la construyó tan perfectamente. Su fundación se atribuye a Manco Capac, creador del Imperio Inca, hijo del dios Sol; pero el dato es uno más en una historia hecha casi toda de leyenda, como es la del Imperio Inca.