En la primera estaba tendido un hombre semidesvanecido con la cara envuelta en un pañuelo ensangrentado, con la vestimenta rota y también manchada de sangre. Los gendarmes de la escolta lo señalaban al pueblo con la punta de sus sables, y la multitud enfurecida gritaba, amenazándolo con los puños.
Las carretas se detuvieron junto al tablado, y los hombres, uno por vez, fueron obligados a bajar y después a subir los cinco peldaños que los conducían a la muerte... El hombre de cara vendada fue guillotinado en vigésimo lugar.
Así, en una tarde de verano, murió Maximiliano Robespierre, el personaje más extraordinario de la Revolución Francesa: el hombre que todavía algunos días antes era, prácticamente, el amo de Francia.
Maximiliano María Isidoro Robespierre nació en Arras, en el norte de Francia, el 6 de mayo de 1758. Era hijo de un abogado, y él mismo, inteligente y estudioso, se graduó de abogado siendo todavía joven. Aquellos años, puede decirse, eran el período que precede a la tempestad. En Francia, como por otra parte en todas las naciones europeas, existía una neta división entre las clases sociales, y la del pueblo gozaba de escasos derechos, hasta cuando acudía a la justicia.
El joven abogado estaba convencido de que este estado de cosas era injusto, e intuía que ese mundo anticuado, con sus instituciones todavía casi medievales, estaba próximo a morir. Fatalmente iba a nacer un orden nuevo, porque el pueblo, el Tercer Estado, comenzaba a tomar conciencia de su injusta carencia do reales derechos y a reclamar una organización distinta.
LA CARRERA POLÍTICA
Robespierre no tardó en dar a conocer sus ideas, que hoy consideraríamos democráticas. Como era un hombre de trabajo, honesto, muy escrupuloso y enérgico, fue elegido en 1789 diputado del Tercer Estado de los Estados Generales. En consecuencia, debió trasladarse a París, iniciando su carrera política que le llevaría al poder y a la muerte. En junio de 1789, los Estados Generales se habían transformado en Asamblea Constituyente, con la misión de preparar la nueva Constitución del Estado. En la Constituyente, Robespierre no tardó en destacarse por su decisión, su habilidad y su rectitud. Bregaba con una energía implacable para que su idea, es decir, la idea nueva, revolucionaria, triunfase. Nada le interesaba: no le llamaba el dinero, ni la aventura, ni la buena mesa. Bien pronto fue apodado "el incorruptible". En la Asamblea era el jefe de los "Jacobinos", o sea el sector más decidido, más violento y más extremista.
LA REVOLUCIÓN
En 1791 sucedió lo que fatalmente tenía que suceder y lo que Robespierre, con otros hombres, como Dantón, Marat, Saint Just, habían preparado: el pueblo, el Tercer Estado, entabló la lucha contra
la monarquía, la aristocracia, contra el antiguo e injusto régimen: era la Revolución Francesa. En 1792, el rey Luis XVI fue depuesto por un comité revolucionario: la Comuna. Comenzaron las matanzas. El 21 de enero de 1793, el rey murió en la guillotina. En abril fue instituido un "Comité de Salud Pública", que bajo la dirección de Dantón, actuando Robespierre como brazo derecho, gobernó prácticamente a Francia.
La Revolución estalló en toda su violencia con ejecuciones en masa. En octubre fue ajusticiada la reina María Antonieta, mientras que en toda la nación sucedían terribles estragos.
Robespierre, frío, habilísimo y ambicioso, llegó a ser cada vez más importante, logrando dominar el Comité de Salud Pública, con miras al poder supremo, que probablemente constituía su objetivo directo.
Él con Saint Just, que era el más inexorable, el más severo entre los jefes de la Revolución, lograron desplazar poco a poco a Dantón, quien, probablemente hastiado de matanzas, tendía a mitigar las violencias, a la moderación y a la clemencia. En abril de 1794, Dantón y sus principales secuaces fueron guillotinados. De esta manera, Robespierre quedó solo a la cabeza de la Revolución. Su conducta, durante los cuatro meses que serían los más importantes y al mismo tiempo los últimos de su vida, pasa por momentos buenos y otros horribles. Hizo restablecer la libertad de cultos, abolida durante los periodos anteriores; decretó leyes sociales correctamente concebidas en favor del pueblo; pero al mismo tiempo se degradó con la terrible ley en virtud de la cual todo hombre podía ser condenado a muerte en base a una mínima acusación, sin derecho a defensores ni testigos: resultó un exterminio sin control. En 49 días, sólo en París, fueron guillotinadas 1.376 personas figurando entre las víctimas ilustres de aquellas matanzas el sabio Lavoisier y el gran escritor Malesherbes.
EL FINAL
El terror, entonces, se difundió no sólo por todo el país, sino inclusive entre los mismos amigos y colaboradores de Robespierre. Nadie estaba seguro de no escuchar de noche los pasos de los esbirros que venían a arrestarlo. El terror dio origen al nacimiento de una conspiración. En la noche del 26 al 27 de julio, la mayor parte de los diputados de la Convención (o Asamblea Nacional) llegaron a un acuerdo, y en la mañana del 27, al presentarse Robespierre en la Convención, fue recibido con una hostilidad general. Muchos diputados lo acusaron con violencia y acallaron su palabra en medio de un coro general de gritos e insultos. La Convención lo declaró arrestado. Robespierre, protegido por sus amigos de la Comuna, se refugió en la Municipalidad. Pero a las dos de la madrugada, penetraron allí los gendarmes y partidarios de la Convención. Durante el tumulto, Robespierre fue alcanzado por un tiro de pistola, que le fracturó la mandíbula. Atado en un sillón lo transportaron al palacio de las Tullerías. Después de permanecer abandonado durante algunas horas sobre una mesa, fue llevado a lo cárcel, desde donde salió, al día siguiente a las cinco, para su último viaje.