A finales del segundo milenio antes de nuestra era la destrucción de los imperios hitita y micénico y la debilidad temporal de Egipto permitió el desarrollo de un grupo de pueblos llamados fenicios por los griegos. Recibieron tal nombre (pho-í-nikes, o fenicios, que viene de phoinos, rojo o púrpura, en griego) por referencia a su piel oscura o bien debido a su pujante industria de la púrpura, un tinte para los tejidos con el que comerciaban y del que obtuvieron grandes beneficios económicos.
Sus ciudades —Arwad, Tiro, Sidón, Biblos, Bery-tus (la actual Beirut), Amrit y otras muchas— estaban situadas en Fenicia, que ocupaba el sur de la costa de Siria, el actual Líbano y el norte de Israel. Con el comercio de joyas, vidrio, telas, púrpura, madera y marfil, que cambiaban por metales, trigo, aceite o lana, los fenicios viajaron por todo el Mediterráneo y fundaron numerosas colonias, llegando incluso a la península Ibérica.