Respondiendo al deseo de sus padres estudió Derecho en la universidad gantesa y en ella consiguió graduarse. Maeterlink ejerció apenas su profesión, cuyos sinsabores fueron mayores que las satisfacciones. Se dedicó a viajar por Europa. Aún no había terminado de orientarse. Su itinerario no se completó definitivamente hasta su llegada a París (1886), le vivía horas de alegre bohemia literaria.
Maeterlink se vinculó a los autores de moda y muy especialmente a Villiera de l'Isle Adam, con quien mantuvo estrecha amistad. Había leído ya a Ibsen y a Bjornson y había publicado dos libritos de versos: "Invernadero" y "Doce canciones". En esos días su nombre recibió el espaldarazo consagratorio. Mirbeau lo alabó en "Le Figaro" y le abrió las puertas de la fama. En 1911 el Premio Nobel de Literatura recompensó su talento.
Cuando las sombras de la primera guerra mundial se cernían sobre Europa, Maeterlink se aprestó a defender a su patria. La suya fue una lucha infatigable por los ideales pacifistas. Pero hubo de asistir a la otra guerra feroz. Y cuando vio esta vez a su país arrasado, tuvo que sumarse a las legiones de exilados. Se embarcó en Lisboa con destino a los Estados Unidos, y allí llegó cargado de gloria y de nostalgias. En 1949 huyó del mundo para siempre. El insigne sembrador de misterios cedió al gran misterio que tantas veces había expresado con sutil palabra iluminada...
MAURICIO MAETERLINK
EL Shakespeare belga": así lo bautizó el gran Octavio Mirbeau en un artículo escrito en "Le Figaro", a propósito del drama de Maeterlink "La princesa Maleine." A partir de ese día quedó glorificado; "La princesa Maleine" se representó en París más de doscientas noches consecutivas y la crítica ensalzó al autor.
"Maeterlink es el intérprete admirable de un delicioso misticismo heterodoxo, lleno de poesía mística" —escribió Bourget; "es expresión poética suprema del simbolismo y el enlace de éste con lo íntimo sobrenatural" —exclamó enfáticamente el gran santón del simbolismo, Villiers de l'Isle Adam; "su obra completa es la tendencia única admisible en los antípodas del naturalismo", se apresuró a decir Zola, mientras toda Francia leía y aplaudía al gran poeta y dramaturgo simbolista, que recordaba un poco a Ibsen, a Bjornson y a los corifeos del seudomisticismo nórdico.
París, allá por 1890, vivía una densa atmósfera literaria al influjo de los movimientos surgidos de la fusión del último romanticismo de Hugo y del segundo naturalismo —el experimental— de Flaubert: parnasianismo, simbolismo, preciosismo. Maeterlink, al lado de los simbolistas, deslumhró no solamente a escritores y poetas, sino a otros artistas, como Debussy y Stanislavsky.
Las obras del gran belga adquirieron rápida difusión en todo el mundo, se tradujeron a más de quince idiomas, subieron a los escenarios con gran éxito y se representaron como verdaderos ejemplos de arte dramático.
La modalidad básica de sus obras son estudios sobre la parte anímica del ser. Es humano en "El tesoro de los humilles"; enamorado en "La inteligencia de las flores"; reflexivo en "La muerte" y en "El huésped desconocido". Otras de fama son: "La vida de las abejas" y "Peleas y Melisanda".