El 14 de julio de 1789 estalló en Francia la revolución. Todo el pueblo se volcó a las calles y a las plazas para combatir contra la nobleza y la monarquía. Los revolucionarios franceses llevaban como distintivo un característico gorro llamado "frigio". En pocos días fue necesario confeccionar un número muy elevado de estos gorros.
Fue así como un tejedor de Mayena, para cumplir con tantos pedidos como llegaban a su taller, pensó utilizar una invención suya. Se trataba de una máquina que, movida por un mecanismo especial, cosía entre sí los bordes de los tejidos con más velocidad que la costurera más hábil. Esta máquina primitiva se conserva actualmente en el museo de la ciudad de Mayena, y es uno de los primeros ejemplares que se conocen de máquina de coser. Una vez más, la necesidad de realizar un trabajo mejor y más rápidamente había impulsado al hombre a crear una nueva "máquina". Desde el primitivo buril de piedra hasta la más potente turbina, todas las máquinas tienen una finalidad: ayudar al hombre para que su trabajo productivo rinda el máximo de eficiencia con el menor esfuerzo posible.