Si recogemos un poco de agua de un río en crecida, o bien de un charco, y la dejamos un rato en reposo, observaremos que en el fondo del recipiente se depositan las diminutas partículas que estaban suspendidas en el líquido y que conferían a éste su característico color pardo. Supongamos ahora que este fenómeno se repite en gran escala y durante mucho tiempo, y comprenderemos cómo se formaron los depósitos de arcilla.
Mientras que los guijarros y la arena, al ser más pesados, precisan de una fuerza bastante considerable para ser arrastrados hasta el valle, las diminutas partículas de roca permanecen en suspensión en el agua, convirtiéndola en legamosa, y pueden ser transportadas por ésta hasta zonas muy alejadas. Los grandes depósitos de estas partículas, que suelen terminar en el mar junto con el agua de los ríos, constituyen las rocas arcillosas. Con el término de arcilla se designan todos los materiales sedimentarios de grano fino que, al ser mezclados con agua, se vuelven maleables. Las arcillas están integradas esencialmente por sílice, alúmina y agua con cantidades variables de otros elementos tales como el hierro, la cal, el yeso y la mica. Una de las arcillas más puras que existen es el caolín, o arcilla blanca, que se utiliza para fabricar la porcelana.