¿Existe el abominable hombre de las nieves?

En los macizos del Himalaya, sobre 13.000 pies de altura, la nieve es tan espesa y el viento que sopla es tan helado, que parece increíble que ninguna criatura viviente pueda haber habitado jamás en esa área. Pero hay una cantidad cada vez mayor de historias que refutan esta teoría. «El coronel L. A. Waddel estaba explorando las laderas del Monte Everest, el pico más alto del mundo, en 1887. Cuando descendió él informó haber encontrado huellas de pisadas no identificadas. Tres años más tarde, otro alpinista informó haber visto las pisadas nueva­mente. Esta vez estaban a una altura de 2.500 metros. Los rastros iban hacia arriba y desaparecían entre las rocas. Soldados rusos dije­ron haber disparado y matado un ser similar en las montañas de su país en 1925.»
Los relatos han continuado a través de los años. En 1942, un sol­dado polaco que huía de un campo de prisioneros ruso atravesando el Himalaya encontró dos criaturas de apariencia humana a unos 70 metros de él. «Estimó que debían tener una altura de 2,50 m y dijo que tenían brazos macizos, cabezas cuadradas y estaban cubiertos con gruesos abrigos de pieles castañas.»
Los hombres de las tribus tibetanas creen que estas grotescas criatu­ras han vivido allí por siglos. Tienen nombres para ellos, de los cuales el más popular es «Yeti». Pero estos extraños seres son conocidos más frecuentemente como los «Abominables hombres de las nieves». Se especula continuamente sobre qué son realmente estas criaturas. «Quizá son osos gigantes. Algunos insisten e incluso afirman que ellos pertenecen a la especie Ursus árelos isabellinus. Pero el Abominable hombre de las nieves, como lo prueban las huellas de sus pisadas, camina en dos pies. Los osos pueden caminar en dos patas, pero sólo unos pocos pasos. Definitivamente, no se sabe que ellos anden saltan­do por ahí en los campos de nieve sobre sus dos patas traseras.» Otros sostienen que las misteriosas huellas en la nieve han sido deja­das por una clase de mono. Pero esos seres son demasiado peque­ños y, además, caminan en sus cuatro patas.» El explorador italiano A. A. Tombazi encontró al Abominable hom­bre de las nieves, mientras escalaba el Himalaya en 1925. Más tarde, él escribió: «Sin lugar a dudas, el contorno de la figura era erguido, agachándose ocasionalmente para recoger algún diminuto rododen­dro. Se lo veía oscuro contra la nieve y no usaba vestimentas.» Tombazi, así como exploradores posteriores, notaron la existencia de huellas de pies de la criatura. Eric Shipton observó pisadas en 1936 y nuevamente en 1951 y las fotografió en la segunda opor­tunidad. El pie que fotografió tenía cuatro dedos, de modo que no podía ser el de un oso.
Dos noruegos dijeron haber encontrado dos pares de huellas en 1948. Las siguieron y llegaron hasta un par de «Yetis». «Pero, lo que los noruegos dijeron haber hecho después, no era exac­tamente el mejor medio para capturar un Abominable hombre de las nieves: trataron de enlazarlo. Esto fracasó y tenemos detalles impre­cisos de cómo y por qué. Los noruegos descendieron de la montaña y dijeron que el Abominable hombre de las nieves tenía un gran pare­cido con un chimpancé grande.»
De las muchas descripciones hechas del hombre de las nieves, puede llegar a componerse su retrato. Sus pies miden, por lo menos, de 12 a 14 pulgadas de largo y son muy anchos. Su pelo es largo y cas­taño y le cae sobre los ojos. «Se dice que sus cabezas son puntiagudas hacia la parte superior y sus ojos están profundamente hundidos y son rojizos. Sus caras son pálidas y lampiñas y nada agradables, según se nos ha dicho, excepto, quizá, para otro Yeti. No tienen cola. Los pies, como gran parte del cuerpo, están cubiertos de pelos.» El sueño de todo explorador es capturar un Yeti, pero ninguno puede explicar qué haría con él una vez atrapado. «Aunque pueden ser cria­turas semejantes al hombre primitivo, como algunos seriamente sos­tienen, tenemos razones para pensar que ellos no desean participar de nuestra apreciada civilización. Y cuando miramos a nuestro alrede­dor, esto resulta, algunas veces, explicable.»