Más tarde, los emperadores romanos, que se consideraban a sí mismos divinos, usaban en público una corona imitando la esfera de luz del sol.
La necesidad de preservar objetos de arte también contribuyó al desarrollo del halo. Las estatuas no se guardaban en los museos sino que se exponían al aire libre, lo cual las deterioraba. Para protegerlas de los excrementos de los pájaros, la lluvia y la nieve, se les colocó una placa circular —ya sea de madera o de bronce— sobre sus cabezas.