Un siglo más tarde, y gracias a los perfeccionamientos aportados por el holandés Leenwenhoek, el microscopio alcanza la edad adulta. Su nombre, producto de laboratorio, está formado por dos palabras griegas: micros (pequeño) y scopéo (observación). El aparato funciona mediante dos sistemas de lentes: una de ellas (el objetivo) produce una imagen agrandada del objeto, mientras que la otra (el ocular) agranda ulteriormente la imagen.
Los objetos a observar se colocan sobre un cristal y se iluminan por transparencia, mediante un pequeño espejo que refleja y concentra sobre ellos la luz ambiental. Actualmente se utilizan también microscopios electrónicos, capaces de agrandar millones de veces un objeto.
Los elementos fundamentales de un microscopio normal de laboratorio son: el condensador, que ilumina el objeto a examinar haciendo converger en él la luz de una fuente luminosa; el sistema de enfoque de la imagen; y las tuercas micrométricas, que permiten mover el cristal de tal forma que la parte a observar esté siempre enfocada.
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