El Sol, fuente de un flujo incesante de luz y calor, fundamental para la vida en nuestro planeta, es un globo gaseoso de aproximadamente 1,390,000 km de diámetro.
La temperatura interior del Sol alcanza varios millones de grados y las perturbaciones de su superficie envían enormes chorros de ardiente gas a decenas de miles de kilómetros por el espacio. Incluso hoy, cuando los astrónomos están comenzando a entender las funciones internas del Sol, sigue siendo difícil abarcar la magnitud de su potencia.
La fuente de toda la energía solar se encuentra muy por debajo de su superficie visible, en su centro termo nuclear. Allí, las temperaturas llegan a cerca de 17,000,000°C y las presiones son tan enormes que los gases que allí se encuentran –en su mayoría hidrógeno y helio– están comprimidos hasta alcanzar una densidad 14 veces mayor que la del plomo.
Bajo un calor y una presión tan grandes, el hidrógeno se transforma en helio por medio de reacciones termonucleares que liberan enormes cantidades de energía. Ésta pasa entonces a través de la espesa zona de gases calientes que recubre el núcleo interno y alcanza la superficie del Sol, desde donde irradia al espacio en forma de calor y luz.