Para los antiguos egipcios el espíritu o ka de una persona permanecía vivo tras la muerte del cuerpo. Constituía algo así como un doble del fallecido que vivía eternamente si sus parientes vivos se ocupaban de mantenerlo bien alimentado.
Esta tarea se convertía en una obligación sagrada para sus herederos, que tenían que llevar a la tumba la ración diaria de provisiones que precisaba el ka del difunto. Para hacer la obligación más llevadera se aceptaba que en lugar de aportar físicamente los alimentos se escribiera el nombre de los mismos en una estela de piedra, a modo de menú, que se depositaba en la tumba.
Se suponía que con esta ayuda el ka del difunto comería mágicamente a la carta, escogiendo el plato que más le gustara.