Se puede decir que en algunos hogares así fue, aunque no en la mayoría de ellos.
Durante los días del imperio romano, en la ciudad de Roma el agua le era suministrada por medio de acueductos, unos canales comúnmente subterráneos, pero que también se construían, dependiendo del desnivel en el terreno, sobre puentes con arcos.
Los acueductos traían el agua de las montañas a las fuentes de agua pública citadinas, donde la mayoría de los ciudadanos se abastecían del agua que necesitaban.
Algunos romanos ricos conectaron sus hogares directamente a la red de agua de la ciudad lo que les permitía tener agua fresca todo el tiempo.
Sin embargo, el agua no iba más allá de la primera planta de un edificio, lo que significaba que una gran parte de la población romana, que vivía en edificaciones de varios pisos, no tuviera ese privilegio.
En su mayor apogeo, el sistema de acueductos de Roma traía diariamente más de mil millones de litros de agua dulce a la ciudad.
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