En 1920 se catalogó la primera de estas estructuras geológicas. Se trataba del Meteor Crater, en Arizona, descubierto por un grupo de trabajadores que hallaron fragmentos de meteorito en su interior.
Durante años, la única forma de reconocer los cráteres de impacto era el hallazgo de estos fragmentos cósmicos. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el impacto es tan brutal que queda borrada cualquier huella del cuerpo que lo produjo.
Hoy se pueden registrar las huellas químicas y magnéticas de meteoritos y cometas, por lo que el número de cráteres de impacto clasificados ha aumentado a más de 150.
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