LA FRUTA SECA

   Frutos secos, fruta seca y fruta de­secada: son tres denominaciones, tres calificaciones de frutos que aparen­temente tienen para el vulgo análoga sig­nificación,  y que sin  embargo represen­tan cosas realmente distintas.
   Comúnmente, y en forma muy conven­cional, la botánica clasifica como frutos secos a los que, una vez maduros, presen­tan el pericarpio coriáceo, membranoso, formando una cascara que protege las semillas: la vaina o ejote del frijol o del algarrobo, la cápsula de la amapola o del chamico, la sámara del quebracho o de la tipa, los aquenios del abrojo, el girasol o los cardos. Los frutos secos, a su vez, se dividen en dehiscentes (del latín "dehísce-re", abrirse), si al madurar se abren para dejar en libertad a las semillas (violeta, repollo, acacia blanca, etc.), e indehiscentes (in = negación) si el fruto no se abre naturalmente (avellana, cacahuate, arce, etcétera).
   Fruta seca: es ésta una denominación comercial y se refiere a aquellos frutos en cuya semilla, o almendra comestible, se acumulan abundantes materiales nutri­tivos de reserva, que habrán de susten­tar la futura plántula, mientras ésta no absorba alimento por sus propias raíces. Los ejemplos más comunes son: nuez, castaña, avellana, coco, almendra, los pi­ñones que contienen el estróbilo o pina de los pinos y araucarias, maní o cacahuate, nueces o castañas de Para (Bertholletia excelsa) y aun las bellotas del roble.


FRUTAS DESECADAS
   Las frutas carnosas de todo tipo pueden deshidratarse y conservarse así durante un tiempo prudente, en forma de orejones o de pasas. La desecación ofrece innega­bles ventajas, sobre todo si la operación se ha realizado oportunamente, es decir, con frutas en el debido punto de madurez: la fruta conserva sus propiedades alimen­ticias y su valor vitamínico, elimina partes inútiles (semillas, huesos, cascara, gran parte de agua), concentra sus componen­tes (sobre todo azúcar) y puede comerse en cualquier época.
   La operación casera o en pequeña es­cala se realiza con grandes zarzos o ta­bleros de varas o de listones en los que se expone la fruta a la luz del sol, o industrialmente, en amplias cámaras u hornos de desecación. Así se obtienen uvas, peras, higos, duraznos, ciruelas, manzanas, da­mascos y dátiles desecados, que en algu­nas regiones han llegado a adquirir noto­riedad, como pasa con los dátiles argeli­nos, los higos de Esmirna o de Grecia, las uvas de Málaga y Corinto, las ciruelas californianas y francesas, o nuestros orejones.