La Mitología egipcia

   Los egipcios difirieron de los mesopotamios en su concepción mitológica, ya que entre los primeros se perseguía, ante todo, una seguri­dad material que estaba muy lejos de la menta­lidad de los segundos.
Adoraron los egipcios a una gran cantidad de dioses, entre los que hubo algunos abstractos y esotéricos y otros populares. Algunos eran cuerpos celestes personificados y otros más eran fuerzas naturales que auspiciaban, por ejemplo, el crecimiento de la vegetación. Los sacerdotes concibieron algunos sistemas cosmo­gónicos cuando surgieron las primeras dinas­tías. Se conocen por lo menos cuatro de ellos, que tuvieron vigor en los centros religiosos de Hermópolis, Heliópolis, Menfis y Busiris. El más famoso es el heliopolitano.
   En cada templo se proclamaba que el dios respectivo era el creador del mundo y de los de­más dioses. Los dioses fundamentales, según la teología heliopolitana, fueron nueve: Nun, el caos acuático original; Atum, el dios creador; Ra, el dios solar por excelencia; Nut, la per­sonificación del cielo; Geb, la de la tierra, y los cuatro hijos de esta pareja, Isis, Osiris, Neftis y Set, quienes, a su vez, formaron dos parejas más. Los dos primeros engendraron a Horus, el dios halcón, mientras que Osiris y Neftis engendraron a Anubis, el dios chacal, patrón de los embalsamadores. Según Plutarco, Osiris y Set se hicieron la guerra y el re­sultado fue la muerte de Osiris que, sin em­bargo, renace cada día (es una personificación del sol) gracias a los trabajos de la amante Isis, que reúne sus restos por la noche. Para algunos estudiosos modernos, Osiris fue un hé­roe cultural que enseñó a los egipcios la agri­cultura y la metalurgia y que, al morir, se con­virtió en dios de los muertos. Aparentemente, este mito refleja la lucha que hubo en tiempos predinásticos entre el Alto y el Bajo Egipto.