¿Quién explicó que se podía levantar cualquier cosa con un punto de apoyo?

   El año 212 antes de Cristo los roma­nos tomaron la colonia griega de Siracusa, en la isla de Sicilia. Ello pro­vocaría la muerte del más famoso de sus habitantes, el sabio Arquí­medes, y no precisamente porque éste fuera un personaje violento. Cuenta la tradición que Arquímedes murió atravesado por la espada de un soldado romano a quien él había llamado la atención por pisar la arena en la que estaba tratando de resolver un problema geométrico. Se puede decir que Arquímedes, nacido en 287 a.C., estaba destinado a acabar sus días pendiente de sus cálculos y problemas, pues a juzgar por lo que descubrió e inventó debió pasar su vida absorto en ellos. A Ar­químedes se le atribuyen unos cua­renta inventos, algunos de ellos tan importantes como la polea compuesta o polipasto, la rueda denta­da, el tornillo sin fin y la cóclea, o tubo con una rosca o hélice en su interior que hacía ascender el agua. Sin embargo, parece ser, según dice el historiador Plutarco, que Arquímedes contemplaba con cierto des­dén sus propios ingenios susceptibles de aplicación práctica en compara­ción con la satisfacción que le pro­ducían sus descubrimientos teóricos. De éstos, el que haría más famoso a Arquímedes fue el principio que lleva su nombre, a cuya importancia se acompaña tradicionalmente una anécdota muy propia del clásico sa­bio distraído: se cuenta que, cuando Arquímedes observó un día en el baño la cantidad de agua desplazada por su propio cuerpo y cayó en la cuenta de que todo sólido sumergido en un líquido pierde de peso una can­tidad igual al peso del líquido que desaloja, salió corriendo del baño, y desnudo se dirigió hacia su casa gri­tando ¡Eureka, eureka!, que en grie­go quiere decir lo he encontrado. Una frase famosa de Arquímedes fue: Dadme un punto de apoyo y le­vantaré el mundo. Con ella expuso nada menos que la ley de la palanca, que acababa de descubrir; trataba de explicar el principio por el cual la palanca, la máquina más simple, puede levantar cualquier peso, por muy grande que éste sea, siempre que encuentre un punto de apoyo adecuado.