¿Quién fue el Leonardo del siglo XIX?

   A los 12 años, Thomas Alva Edison decidió ganarse el sustento por su cuenta. Apenas había ido a la escue­la y había recibido toda su educación directamente de su madre, una anti­gua maestra. El joven Thomas co­menzó a vender periódicos en el tren que hacía el recorrido de Port Huron a Detroit; pero, al comprobar la ávida demanda de noticias por parte de los viajeros (tenía lugar por entonces la Guerra de Secesión), instaló en un furgón una pequeña imprenta y fundó un periódico, el Weekly Herald, que él mismo redactaba, imprimía y vendía a los viajeros. Pero si algo caracterizó a Edison en su vida fue el tener varias ideas geniales al tiem­po, y así, no satisfecho con su perió­dico, instaló en otro rincón del furgón un pequeño laboratorio en el que realizaba experimentos de física y química. Lo malo es que, un día, uno de esos experimentos provocó un incendio en el furgón y el muchacho perdió su empleo.

   El siguiente empleo de Edison fue el de telegrafista. Para las inquietudes de Edison aquél era un buen trabajo: perfeccionó el telégrafo inventando el sistema dúplex, que permitía enviar dos mensajes por un solo hilo. A los veintidós años, Edison decidió marchar a Nueva York. Tenía mu­chas ambiciones pero ni un centavo. Tendrá que salir adelante gracias a su ingenio y a su habilidad para planear negocios. Se hallaba un día en Wall Street, la calle donde está la Bolsa neoyorquina, cuando uno de los grandes indicadores que seguía las oscilaciones en el mercado de valo­res se detuvo. Edison no solamente se presentó para reparar la avería, cosa que logró en pocos minutos, sino que ideó un nuevo sistema de indicador eléctrico. Ello le valió con­seguir un bien remunerado empleo. Mientras, perfeccionó la máquina de escribir inventada por Shoies, con quien colaboró, e igualmente consi­guió dar una aplicación práctica al teléfono aplicándole un micrófono de carbón.

   En 1876, ya famoso y rico, Edison se instala en Menlo Park, Nueva Jer­sey. Allí monta unos talleres para dedicarlos exclusivamente a sus in­vestigaciones e inventos. Comienza entonces un período de actividad fe­bril para Edison. A manera de un moderno Leonardo, en sus labora­torios se inventa de todo: llegó a re­gistrar más de 1.200 patentes. De Menlo Park salían desde las innova­ciones más espectaculares hasta las más insignificantes, pasando por la mejora y el perfeccionamiento de máquinas ya inventadas. Efectivamente, de Menlo Park saldría el fonógrafo o máquina parlante, antepasado de nuestros tocadiscos; la lámpara incandescente, madre de todas las bombillas que en el mundo han sido; el primer ferrocarril eléctrico; el cinetoscopio, artilugio que presa­giaba la venida del cinematógrafo; la primera central eléctrica; las válvu­las termoiónicas y los acumuladores alcalinos, por citar las más conocidas de las creaciones edisonianas. En cuanto al perfeccionamiento de aparatos ya existentes, podemos ci­tar una nueva mejora en el telégra­fo, al convertirlo en cuadruplex, es decir, capaz de conducir cuatro mensajes por hilo; la locomotora y el automóvil eléctricos; la batería de acumuladores, para la cual Edison tuvo que realizar 50.000 experimen­tos, y muchos otros inventos de menor importancia. Fundó y dirigió también compañías dedicadas al tratamiento de minerales y contri­buyó enormemente al desarrollo de la industria del cemento portland, Durante la Primera Guerra Mundial, Edison dirigió la Comisión Consulti­va Naval, aportando nuevas ideas al sistema de protección contra torpe­dos y procediendo a la fabricación de productos químicos imposibles de importar en aquel momento. Una vez acabada la guerra, y anima­do por su amigo el industrial Henry Ford, supervisó el análisis de miles de plantas con vistas a su aplicación en la fabricación de goma sintética. Thomas Alva Edison, descendiente de holandeses,"arruinado varias ve­ces y enriquecido otras tantas, tan genial creador como sorprendente hombre de empresa, hizo también de la capacidad de trabajo y la tena­cidad un sello característico de su personalidad. Edison, que apenas descansaba ni dormía cuando estaba sumido en algún experimento, olvi­dando incluso hasta alimentarse, murió en 1931 a los 84 años de edad, rodeado de sus familiares y co­laboradores, pero sentado en un sillón y sin querer acostarse en la cama, tal vez en última prueba de tozudez.