¿Quién era el Escriba Sentado?


   En la antigua sociedad egipcia, los escribas desempeñaban un papel fundamental. Los faraones, que tenían un carácter divino, eran teó­rica y prácticamente los dueños absolutos del país, y sus órdenes habían de cumplirse rápidamente, ya que todo el mundo estaba de acuer­do en que la voluntad del faraón era la felicidad de su pueblo. Para trans­mitir y ejecutar las órdenes del faraón, existia en Egipto un gran aparato administrativo compuesto por mul­titud de funcionarios de diversas categorías y potestades, cuyo jefe era, a modo de ministro, el visir del palacio real; el aparato administrativo tenía delegaciones locales en todas las ciudades, hasta las más alejadas, y un cuerpo de funcionarios itine­rantes les hacía llegar las órdenes desde la capital.

   Esta gran máquina administrativa, que venía a regular todos los aspec­tos de la vida material del país, fun­cionaba fundamentalmente gracias a la labor de los escribas. En reali­dad, la administración era un ejército de escribas, y hasta los más altos cargos habían tenido que ejercer de tales los primeros años. Los escribas eran de extracción popular y sólo quienes se querían preparar para serlo recibían educación en Egipto, aparte de la familia real y la aristo­cracia cortesana. La cultura estaba prácticamente en manos de los sacerdotes y de los escribas, ya que el resto del pueblo recibía su educa­ción por tradición familiar. En el Museo del Louvre de París se conserva una estatua de caliza poli­cromada, de 53 cm. de altura, que data de los tiempos de la V dinastía (entre los años 2480 y 2340 antes de Cristo) y que representa la figura de un escriba sentado, con las pier­nas cruzadas, sobre las que apoya sus papiros. Está en actitud de es­cucha, como presto a tomar nota, destacando la vivacidad de sus ojos (hechos de pasta vítrea) y el natura­lismo de su actitud, que contrasta con el hermetismo y rigidez de otras esculturas de dinastías anteriores. Hay quien afirma que se trata del retrato del príncipe Kai. pero es más que dudoso que tan alto perso­naje fuera retratado con tanta sen­cillez; es mucho más probable que sea lo que aparenta ser: un anóni­mo funcionario, un escriba sentado que, por razones desconocidas para nosotros, mereció el honor de pasar a la posteridad y dejar así patente la importancia de su oficio en la so­ciedad en que vivió.