Historia de los títeres

Según la leyenda un antiguo emperador chino lla­mado Muh llamó a un titiritero para que lo divir­tiese. El titiritero, Yen Sze, pensó en lucirse en palacio y se entregó a hacer magníficos muñecos que podían abrir sus labios, mover sus manos y ojos delante de los espectado­res. La exhibición tuvo lugar, pero tan reales eran sus actores, que pa­recieron flirtear con las esposas del emperador, el cual se puso celosísimo. Ordenó que se le cortara la cabeza al titiritero allí mismo y el pobre imploró piedad; sólo cuando Yen Sze hizo trizas a sus mu­ñecos, el emperador com­prendió cuan tonto había sido al ponerse celoso ante personajes de papel de colores y madera. El titiritero fue indultado.

No todos los títeres son como los de Yen Sze, tan reales, pero bien puede decirse que todos tienen una carrera llena de éxi­tos y que han recorrido muchas partes del mundo triunfalmente como los actores de teatro. No se sabe ciertamente dónde fueron hechos los prime­ros; algunos piensan que la India fue su cuna. Se sabe cierto que eran cele­brados antes de que la ci­vilización llegara a Europa. Los hindúes pensaban que los títeres, antes de venir a la Tierra, vivían con los dioses, y por ello, les guardaban reverencia y de­voción. Labraban muñecos de oro y los vestían con seda y piedras preciosas para engalanarlos; las le­yendas cuentan que trataban de enseñarlos a hablar poniendo en sus gargantas cajitas que tenían las pa­labras del discurso.

Los egipcios tuvieron también sus títeres, figuritas de oro movibles que las mujeres llevaban en las pro­cesiones religiosas. En la actualidad, los explorado­res hallan en las tumbas de niños algunos títeres de barro, que posiblemente, eran el encanto de los mu­chachos egipcios antiguos.

En la antigua Grecia, el titiritero atraía la aten­ción de los caminantes y de la población de Esparta, Tebas y Atenas, y cuando los romanos la conquista­ron, llevaron a Roma algunos de estos hombres, que llegaron a adquirir gran popularidad. De Italia, se extendió esta clase de manipuladores por los cami­nos concurridos de Europa en la Edad Media, con sus teatrillos y actores minúsculos, de feria en feria y de castillo en castillo. Llegó en Francia a adquirir una popularidad notable el Guiñol; en Alemania, era Hans Wurst o Kasperl el que divertía a la gente; en Holanda, Jan Pickel-Herringe, y en Inglaterra, Mr. Punch, con su nariz de gancho.
Se echó mano en Europa de los títeres para contar las historias bíblicas; en tiempo de Navidad, los teatrillos mostraban la estre­lla de Belén que alumbraba los caminos de los Reyes Magos y la Natividad del Señor; en tiempo de Pas­cua, representaban la Cru­cifixión y la Resurrección de Cristo.

El gran poeta alemán Goethe era uno de los que más gozaba en las re­presentaciones de esta clase, y de chiquillo, poseía un teatro de juguete. Se cuenta que un día, vio la representación de la leyenda del doctor Fausto por títeres, y se impresionó tanto, que concibió su obra maestra. Se cuenta de Shakespeare que escribió El sueño de una noche de verano y su Julio César te­niendo en la imaginación a los títeres. Cervantes pre­senta en su inmortal Quijote al famososo Maese Pe­dro con su retablo de muñecos. París se enorgulleció de tener una compañía de títeres dedicada a la ópe­ra, y Munich, por largo tiempo, tuvo un teatro en un parque dedicado a exhibiciones: era el famoso Tea­tro Papa Schmidt, del nombre del exhibidor, que poseía un millar de estos pequeños juguetes.