La épica guerra de Troya


La guerra de griegos y troyanos, inmorta­lizada por los poemas homéricos, simboliza el triunfo de Occidente so­bre Oriente y el principio del predominio occidental en la civilización del mundo.
Troya fue una ciudad de Asia Menor que logró localizar en sus excavaciones el arqueólogo Schliemann en la colina de Hisarlick. En las diversas ca­pas de ruinas que representan otras tantas etapas históricas de la vida de la ciudad, Doerpfeld identi­ficó la 6a como aquella que fue teatro de los episodios que tuvieron por héroes centrales a Aquiles y a Héctor entre 1193 y 1184 a. de C. La población próxima al mar, fue luego reconstruida en diversas ocasiones; la ciudad romana es la novena.
La tradición mitológica señala a Dardano como fundador de la ciudad, Dardania, capital de la re­gión llamada la Tróade por su nieto Tros o Troe, fundador de Troya, padre de Ilio y ascendiente de Laomedonte, al que mató Hércules por haber falta­do a su palabra. El hijo de Laomedonte, Príamo, era padre de Héctor y de Paris, y presidió la ruina de la ciudad descrita en las narraciones del ciclo troyano, de las que han llegado a nosotros los es­pléndidos poemas homéricos: la Ilíada y la Odisea.

El mito de Troya
Uno de los 19 hijos de Príamo y Hécuba era el hermoso Paris, llamado también Alexandros. A las bodas de Tetis y Peleo, no fue invitada la diosa de la Discordia, la cual, irritada por la desatención, presentóse en el festín y arrojó entre los invitados una manzana de oro con destino a la más hermosa de las concurrentes. El dios Hermes o Mercurio, de alados pies, fue en busca del bello Paris para que fuera él con sus mortales ojos quien escogiera a la más bella de las diosas. Tres concursantes acudie­ron al juicio de Paris: Juno, la esposa de Júpiter, Atenea o Minerva y Afrodita o Venus. El fallo de Paris al escoger a Venus como la más hermosa le costó a Troya la ruina, jurada desde entonces por las dos diosas preteridas en el concurso.
Mas Venus le prometió al joven troyano la más hermosa de las mujeres como premio: Helena, hija del rey de Esparta. Casada Helena con Menelao, hermano del rey de Micenas. Agamenón, Paris se presentó en la corte de Esparta, se enamoró de Helena y la raptó en ausencia de su esposo. Y aunque la débil reina de Esparta se dejó raptar por un extranjero en su propia corte y fue a vivir con él a Troya, los griegos tomaron el rapto como una ofensa de Asia a Europa, de Oriente a Occidente: y se reunieron para el asedio y ruina de Troya todos los pueblos helénicos, al mando de Aga­menón. Más de nueve años duró el sitio: los episo­dios que mejor conocemos pertenecen esencialmente a las gestas de Aquiles (Ilíada), ya al final de la contienda.
Cuando la poderosa flota iba a ponerse en mar­cha, el viento no era propicio, y el augur Calcas afirmó que los dioses exigían el sacrificio de Ifigenia, hija de Agamenón: accedió el padre después de los consiguientes ruegos y de resolver en favor de la causa general el terrible conflicto planteado en su alma de padre y de patriota; en el momento del sacrificio, la diosa Artemisa (Diana) arrebató a la joven para hacerla sacerdotisa de su culto y la subs­tituyó por una hermosa cierva.
Posteriormente, con motivo del saqueo de un tem­plo de Apolo por los aqueos o griegos, Agamenón se adueñó de la hermosa Criseida, hija del sacerdote Crises; sobrevino una peste y los augures interpretaron que fue debida a la cólera de Apolo, por lo que los expediciona­rios, entre ellos, Aquiles, exigieron la devolución de Criseida a su pa­dre. El soberbio Agamenón tomó en­tonces en compensación a Briseida, la más hermosa de las esclavas de Aquiles, y éste se retiró a sus tien­das con los mirmidones, decidido a no luchar mientras no se le diera una satisfacción adecuada. La reti­rada del héroe desniveló la lucha, y los troyanos, acaudillados por el hi­jo mayor de Príamo, el valiente y noble Héctor, pusieron a los griegos en serios apuros. Paris y Menelao llegaron a encontrarse en el campo de combate, y cuando ya Menelao había decidido el duelo en su favor, el hermoso raptor de Helena fue salvado y arrebatado por Afrodita. Tan grave llegó la situación a ha­cerse, que el amigo íntimo de Aqui­les, el fiel Patroclo, le pidió a su jefe permiso para salir al combate; Aquiles, no solamente le dio el per­miso, sino también le permitió que tomara sus armas para la lucha. Mas en cuanto lo vio Héctor, se dirigió a él y lo mató; y a la vista del cadáver de su mejor amigo, Aquiles se dejó conmover por las súplicas de sus amigos. Salió al campo con armas que fabricó especialmente para él Vulcano, y venció a Héctor en sin­gular combate: arrastró su cadáver alrededor del campamento y sola­mente lo devolvió a su padre cuando las súplicas y obsequios de Príamo lo conmovieron. Algún tiempo después, el arquero Paris hirió mortalmente a Aqui­les en el talón. Paris fue muerto después por el ar­quero Filoctetes, y Helena se casó con otro hijo de Príamo: el noble Deifobo.
Pero la ciudad de Troya no se rendía a sus enemigos y éstos comenzaron a desesperar. Como juzgaban que la principal defensa que los sitiados tenían era la pro­tección de una estatua de madera de Palas Atenea que se levantaba en la plaza, Ulises, disfrazado de mendigo, entró en el recinto amurallado y se apo­deró de la estatua, con la ayuda de Helena. Des­pués, se construyó un gran caballo de madera, en cuyo interior, se escondieron algunos guerreros tro­yanos, entre ellos, Menelao, Diomedes y Ulises. Se pactó un armisticio, se retiraron los griegos, y los sitiados introdujeron imprudentemente el caballo de madera en la plaza. Durante la noche, los escondi­dos en el vientre del caballo abrieron las puertas de la ciudad a los invasores, cuya retirada había sido simulada, los cuales la saquearon e incendiaron. He­lena llevó a Menelao hasta el lugar en que se encon­traba Deifobo, para que lo matara. Príamo y sus otros hijos fueron muertos. Sólo Eneas, el que había de ser el fundador mitológico del pueblo romano, consiguió salvarse y sacar de la Troya en llamas a su padre a hombros por entre las llamas.