La misteriosa civilización cretense

   ALREDEDOR DEL AÑO 2000 antes de Cristo, cuando los griegos radicados desde hacía poco tiempo en la península a la cual impusieron su nombre, empleaban aún armas y herra­mientas de piedra, vivía en la isla de Creta un pueblo de una civilización más avanzada. Si bien en cierto momento los cre­tenses tomaron contacto con los griegos, éstos, sin embargo, no dejaron ninguna información histórica referente a la civilización cretense, salvo algunas leyendas, en su mayoría fan­tásticas. Una de éstas se refería a un poderoso rey de Creta, de nombre Minos, que, se cree, dominó todo el Mediterráneo. De él se decía que, valiéndose del gran arquitecto Dédalo, había hecho construir en la ciudad de Cnosos un enorme pa­lacio, llamado laberinto, tan complicado en su interior, que cualquiera que se aventurase y penetrara en él, jamás en­contraría la salida.
   Es una leyenda. Sin embargo, las leyendas, por más qui­méricas que sean, poseen, por lo general, un fondo de verdad.


LAS EXCAVACIONES DE LA CIUDAD DE CNOSOS
El primero en iniciar las excavaciones en el paraje donde se alzara Cnosos, fue el arqueólogo inglés Arthur Evans. Co­menzó los trabajos en 1900 y los continuó casi ininterrumpi­damente durante 25 años. El resultado fue por demás sor­prendente: las excavaciones demostraron que el laberinto y, con toda probabilidad, hasta el rey Minos, eran parte de la historia de Creta.
   Otras excavaciones e investigaciones realizadas en las an­tiguas ciudades cretenses de Festo, Hagia Triada y Malia, han logrado confirmar que el pueblo de Creta había alcan­zado ya en épocas muy remotas un alto grado de civilización.
   Cuando el arqueólogo inglés Evans estaba por terminar las excavacio­nes, se encontró ante los restos del majestuoso palacio de Cnosos y no tuvo dificultad alguna en reconocer en ellos al legendario Laberinto de Minos. Los corredores, aposentos y vestíbulos de los distintos pisos, presentaban, en efecto, una disposición extre­madamente complicada. Los restos del palacio permitían imaginarse cómo debió haber sido en los tiempos de Minos. Contra­riamente a lo que induce a pensar la leyenda, el Laberinto no era una construc­ción de aspecto lúgubre, sino un edificio imponente y hermoso, adornado con co­lumnas de vivaces colores y estupendos frescos murales.
   Sostener que el palacio de Cnosos se hallaba dotado de comodidades "moder­nas", no es, por cierto, un contrasentido. Basta recordar que mientras el fastuoso palacio real de Versalles, que Luis XIV mandó edificar unos 1700 años después de Cristo, carecía de servicios sanitarios, el palacio de Minos estaba provisto de estas instalaciones. Había allí conductos de agua potable y pluvial, y toda una complicada red de canales de desagüe que se unían en un gran albañal central.