Cyrano de Bergerac


   Savinien de Cyrano de Bergerac fue un escritor francés que debe su fama, mucho más que a sus propias obras, a su compatriota el dramaturgo Edmond Rostand, que hizo de él el héroe de la más célebre de sus piezas. La naturaleza había dotado a Cyrano de talento poético y de un corazón caballeroso y generoso, pero también, para su desventura, de un apéndice nasal tan gigantesco y deforme, que se le habría podido aplicar el burlón verso de Quevedo: «Érase un hombre a una nariz pegado...» Esta infortunada circunstancia ejerce un gran papel en la obra de Rostand. En efecto, la conciencia de su fealdad impide al poeta manifestar su amor a la bella Roxana, a la que ama con pasión. Pero hay más: Cyrano llega al extremo sublime de prestar su talento y su elocuencia de poeta al apuesto, pero torpe, Christian, para que este enamore así a Roxana, mientras él, Cyrano, permanece en la sombra, con la amargura de su pasión no confesada. Solo cuando Cyrano muera ante sus ojos, descubrirá Roxana el heroico secreto de su devoto y silencioso enamorado.
   Con estos elementos del más exaltado romanticismo compuso Rostand su Cyrano de Bergerac, que alcanzó muy pronto fama universal. He aquí un breve fragmento de una de las más bellas escenas de la obra:

   CYRANO (con emoción creciente). -Aprovechemos la ocasión que se ofrece... de hablar sin ver.
   ROXANA. - ¡Sin vernos!
   CYRANO. - ¿No os parece la ocasión deliciosa? No nos vemos: solo, en la oscuridad, adivinamos que sois vos, que soy yo, que nos amamos... Vos, si algo veis, es solo la negrura de mi capa; yo veo la blancura de vuestra leve túnica de estío... ¡Dulce enigma que halaga al par que asombra! ¡Somos, dulce bien mío, vos una claridad y yo una sombra!

   Edmond Rostand nació en Marsella en 1868 y murió en 1918. Además del Cyrano, ha dejado otras piezas famosas: El Aguilucho (sobrenombre del hijo de Napoleón), Chantecler, etc.