Durante los diez años que siguieron al vuelo de los hermanos Wright se produjo una sucesión de conquistas aeronáuticas auténticamente prodigiosas.
El 29 de septiembre de 1913, el francés Maurice Prevost consiguió alcanzar los 200 kilómetros por hora con un monoplano de fabricación francesa.
Aquello constituía una hazaña impresionante, que permitía abrigar la esperanza de mayores e inimaginables progresos a muy breve plazo. Estalló entretanto la primera guerra mundial, y muchos pensaron que el avión se convertiría en una máquina bélica de primer orden. En muy poco tiempo se construyeron aparatos muy rápidos y manejables, pensados más para vuelos de reconocimiento que para verdaderos combates.
Los italianos, que ya en la guerra de Libia (1911) habían hecho pruebas con aeroplanos en acciones bélicas, fueron los primeros en utilizarlos también en la nueva conflagración.
Al finalizar la guerra eran muchos los estados de Europa que contaban con una industria aeronáutica de primer orden.
Muy avanzada era también la preparación de los pilotos, que durante la guerra habían tenido ocasión de adquirir una valiosa experiencia. En el campo de la aviación civil, los aeroplanos empezaron a utilizarse a partir del año 1914, tanto para el transporte de pasajeros (Florida) como de correo (Italia). En 1911 nació el Hidroavión, que se perfeccionó muchísimo durante el período bélico.