El oído, como sabemos, es un órgano muy complejo- y delicado, tanto por su estructura como por su ubicación. Es necesario entonces prestarle una serie de cuidados. En el conducto auditivo externo, cerrado en el fondo por la membrana del tímpano, se acumula el cerumen, una sustancia de color cereo, graso, secretada por cerca de 2.000 glándulas, que se encuentran en la misma pared del conducto. Esta sustancia, como todo en nuestro organismo, cumple sus funciones, entre las que está la de mantener húmedo y elástico el revestimiento del conducto auditivo, y el mismo tímpano, además de retener cualquier cuerpo extraño (polvo, pequeños insectos, etc.) que pudiera penetrar en aquel. Podemos entonces decir que el cerumen es un lubricante y un medio de defensa.
Sin embargo, no conviene que este se acumule en cantidad excesiva, porque podría obturar totalmente o en parte el conducto auditivo, dificultando así la audición. Por eso, este conducto debe mantenerse limpio. Para ello no se deben usar objetos duros o puntiagudos, porque podrían dañar, o incluso perforar, la delicada membrana timpánica. El mejor sistema es lavar el conducto mediante una pequeña pera de goma que contenga agua limpia con unas gotas de agua oxigenada.