La clorofila es un pigmento cuyo papel es más importante que sólo dar color a la planta: permite captar la energía de la luz y sintetizar o fabricar las sustancias que la planta necesita. Esto se lleva a cabo de manera muy compleja, por medio de toda una serie de reacciones químicas; se puede uno dar idea de tal función tomando como ejemplo la celda fotoeléctrica que usan los fotógrafos. Ésta mide la luz utilizando un cuerpo sensible que transforma la energía luminosa en energía eléctrica. La cantidad de electricidad producida es proporcional a la cantidad de luz recibida y se mide con un galvanómetro.
La clorofila es capaz de captar la energía luminosa, transformándola ya no en energía eléctrica, sino en energía química, la cual sirve para sintetizar una sustancia. Sólo las plantas que contienen clorofila son capaces de transformar la energía luminosa. Por el contrario, el resto del mundo viviente obtiene la energía necesaria para la síntesis de la desintegración de las sustancias fabricadas por las plantas que contienen clorofila. Por lo tanto, dentro del ciclo biológico los vegetales ocupan el primer lugar, ya que sintetizan a partir de la energía luminosa. En segundo lugar están los herbívoros, quienes al comer las plantas aprovechan la energía que almacenan. Estos, a su vez, son devorados por los carnívoros, que aseguran la subsistencia de insectos, gusanos y microorganismos que se nutren a sus expensas, ya sea de sus desechos, de sus cadáveres o como parásitos y que acaban por transformar toda la energía en materia orgánica, la cual al ser degradada por las bacterias del suelo se reintegra al estado mineral. Es en esta última fase que el ciclo puede volver a comenzar. Las sales minerales que la planta extrae del suelo por medio de sus raíces formarán parte de la composición de la materia que ella sintetiza.