El aire en movimiento, es decir, el viento, desarrolla una constante acción de traslado que es tanto más importante cuanto más llana y árida sea la región sobre la que actúa. En los desiertos, por ejemplo, el viento provoca increíbles desplazamientos de arena, levanta los granos de ésta, los traslada muy lejos y contribuye a formar toda una serie de dunas. Durante las tempestades de viento, algunas dunas de arena pueden desplazarse a muchas decenas de metros. En algunos casos, las arenas del desierto del Sahara han sido trasladadas por el viento a países del norte de Europa. Existen, además, regiones chinas cuyas fértiles tierras están formadas íntegramente por diminutas partículas de roca transportadas y acumuladas en aquellos lugares por el viento. Junto con la acción de traslado, el viento desarrolla también una acción demoledora. Las arenas, trasladadas a lejanos lugares y arrojadas con violencia contra las rocas, hacen las veces de esmeril y liman poco a poco las paredes rocosas con las que entran en contacto. Su acción demoledora es mayor cuanto más blandas son esas rocas.
La acción erosiva del viento dota a las rocas, con frecuencia, de extrañas formas parecidas a esculturas abstractas y que se levantan, solitarias, en las zonas desérticas. Una de las formas más típicas de erosión es la llamada de seta: las partículas de arena que hacen las veces de esmeril se encuentran siempre en el estrato más bajo del aire y, por consiguiente, sólo golpean y afinan la parte inferior de las rocas.