Las reflexiones ante una vida cada vez más deshumanizada constituyen uno de los temas fundamentales del pensamiento de los últimos años. Si Marcuse pensaba que, gracias al avance de la tecnología, podría hacerse posible la liberación del ser humano, otra corriente, por el contrario, acusa precisamente a esta tecnología de ser el principal obstáculo que lo impide. Entre los representantes de esta última tendencia, muy generalizada en los años setenta del siglo XX, se encuentra Ivan Illich, nacido en Viena en 1926. En sus libros, Ivan Illich analiza los aspectos más críticos de la sociedad moderna, tales como la energía, la medicina y la educación. En Energía y equidad pone de manifiesto cómo los medios de comunicación han llegado a una complejidad tal, que el ahorro de tiempo es cada vez menor y, por el contrario, el derroche de energía que conllevan desemboca en una destrucción y una deshumanización del medio, tanto como en un desajuste económico irreversible.
En cuanto al problema de la medicina, Illich piensa que es una falsa necesidad creada por la sociedad tecnológica, siendo así que lo único que ha conseguido es capacitar a la gente para trabajar con mayor regularidad en unas condiciones más deshumanizadas cada vez, pero que en nada ha contribuido a vigorizar al hombre. Antes bien, han aparecido nuevas enfermedades derivadas del abuso de medicamentos o del empleo de aparatos médicos. En el caso de enfermedades incurables, aconseja aceptar el dolor y la muerte con la serenidad de las sociedades menos avanzadas y no con el horror que cualquier tipo de anormalidad despierta en una sociedad industrial. Pero el punto en el cual las ideas de Illich han causado mayor revuelo es el referente a sus teorías sobre la educación. En La sociedad desescolarizada, se precisan las diferencias que existen entre educación y escolarización. Esta última sería la industrialización de unos conocimientos inútiles, sólo válidos para adaptar a los seres humanos a una sociedad deshumanizada y crear futuros consumidores. La educación debería basarse en una transmisión directa del saber, sin ningún montaje estatal previo. Todo aquel que, a través de los libros o de la propia experiencia, haya adquirido unos conocimientos, puede transmitirlos de una manera espontánea y natural a aquellos que tenga más próximos y así lo deseen. Los padres volverían a jugar un papel importante en esta tarea que la sociedad de la tecnología ha depositado en manos de especialistas.