En la Antártida se han registrado temperaturas hasta de cien grados centígrados bajo cero. Pero ni allí ni en ningún otro lugar puede haber temperaturas tan bajas como pueden producirse en un laboratorio.
El hombre ha fabricado temperaturas muchísimo más bajas. Por ejemplo, la del aire líquido es de 192 °C, y la del hidrógeno líquido es cien grados más baja todavía.
La ciencia que tiene que ver con estas temperaturas extremadamente frías se llama criogénica. Y la investigación en torno a los viajes espaciales ha dado mucha importancia a la criogénica. Los hombres de ciencia necesitan saber hasta qué grado de frío puede resistir el hombre o cualquier otro ser vivo. Deben saber también qué cambios sufren los distintos materiales que emplean, cuando se ven sometidos a temperaturas exageradamente frías. Por ejemplo: ¿de qué material debe hacerse un recipiente para hidrógeno líquido, un combustible para los cohetes espaciales?
Se ha descubierto que el frío extremo puede ser muy útil en la medicina, particularmente en cirugía, como anestésico o para destruir ciertas clases de tumores. La crioterapia, o curación mediante el empleo de bajas temperaturas, ha dado sorprendentes resultados, sobre todo en operaciones de los ojos.