Entre los innumerables campos de estudio de la ciencia actual, el de la investigación atómica es sin duda el más rico en posibilidades: no sólo porque se trata de un campo relativamente nuevo y casi inexplorado, sino ante todo por las enormes posibilidades que ofrece. No existe prácticamente nada que no pueda experimentar la influencia, buena o mala, de esta ciencia que hace 65 años se manifestó al mundo como un poder de destrucción.
Debido a las colosales posibilidades que ofrece la ciencia atómica, día a día aumentan las inversiones de capital destinadas a financiar estudios, investigaciones y experimentos de todo tipo. Y ello no sólo por parte de las grandes potencias mundiales, sino también por parte de países con recursos económicos muy inferiores.
Si todos los esfuerzos humanos en este campo se encaminaran a fines pacíficos, asistiríamos a una carrera apasionante hacia un progreso humano cada vez mayor, con todas las ventajas que esta comunión de intereses debería traer consigo. Por desgracia, existe todavía un arraigado sentimiento de envidia en relación con los descubrimientos y progresos realizados por los distintos países, lo cual no sólo retrasa considerablemente el avance general, sino que además acaba provocando gastos mucho más elevados.