Aparecieron entonces en Europa doctrinas que se propusieron resolver el problema limitando el derecho de los empresarios en beneficio de los obreros, y propugnando una nueva distribución de la riqueza.
Temiendo por las resultas del movimiento obrerista los sindicatos fueron prohibidos aun en los países más liberales, considerándoselos subversivos y extremistas. Sin embargo en Gran Bretaña se los autorizó en 1824, y nueve años después se constituyeron las "Trade Unions" (asociaciones o gremios de obreros), que en su primer enfrentamiento con las entidades patronales obtuvieron la limitación de la jornada de trabajo a 8 horas.
En los Estados Unidos el movimiento sindicalista asumió caracteres de gran organización a partir de 1869 en que se constituyó en Filadelfia la "Noble Orden de Caballeros del Trabajo" (K. of U.) —al principio secreta—, cuyo lema era: "La ofensa contra uno es ofensa contra todos".
Mucho tiempo había de transcurrir todavía para que la gran industria comprendiera que el adelanto técnico de la máquina no es incompatible con la humanización del trabajo, y que el salario no es un precio del rendimiento, sino un medio de vida y una esperanza. Y en el ámbito jurídico fue abriéndose paso —como regulador de las relaciones laborales— una especial concepción de la justicia que se ha dado en llamar el Derecho del Trabajo.