MIGUEL CANÉ (1851 -1905)
Uruguay fue su cuna, pero no había transcurrido un año cuando, a la caída de Rosas, las playas argentinas lo acogieron para siempre.
Su lucha, su mensaje, debían darse en condiciones especialísimas. Sobre las gastadas huellas del caudillo empezaban a levantarse las tribunas de los civilistas; el viril ululato de la montonera se perdía en la leyenda, mientras la voz de los grandes maestros se alzaba en medio de una juventud entusiasta.
Cané tomó su sitio, dijo lo suyo, dejó mucho de sí a lo largo de su trayectoria como político, periodista, diplomático y literato.
Intervino en política en su carácter de afiliado al partido autonomista; fue periodista de combate en "La Tribuna" y "'El Nacional"; ganó una banca de diputado, desempeñó destacados cargos —director general de Correos, intendente de Buenos Aires, ministro del Interior y de Relaciones Exteriores y Culto y decano fundador de la Facultad de Filosofía y Letras—, fue senador y representó a la República ante varios países.
Sus dotes de orador, su fogosidad parlamentaria, su disposición innata para la polémica, hicieron que descuidara un tanto su producción literaria; de ahí esta mudanza de horizonte y de actividades.
Su obra literaria la componen algunos libros escritos con apuro y numerosos artículos y crónicas, particularmente las aparecidas en "La Prensa", "La Nación" y "El País". "Ensayos" (1877), "A distancia" (1882), "En viaje" (1884) se unen a la sin par evocación "Juvenilia" (1882), su pieza maestra.
Juvenilia —libro anecdótico, representativo de una época—, escrito en un estilo llano que trasunta la forma coloquial bonaerense, posee un gran hechizo. Sus páginas evocan la vida del autor en los claustros del Colegio Nacional de Buenos Aires; la muerte del rector, Amadeo Jacques; las travesuras de los estudiantes en el colegio y en los huertos de Chacritas, donde solían pasar breves vacaciones.
Juvenilia, por su espíritu, por su lozanía, es un corazón musical, que late sin prisa al compás del recuerdo.