El compositor Richard Strauss


   Uno de los músicos más discu­tidos a principios del siglo XX fue sin duda el alemán Richard Strauss (1864-1949), porque en la mayor par­te de sus composiciones para orquesta, se preocupó muy poco de la belleza de las melodías, para conse­guir su propósito de dar realidad a la música. Para ello, Strauss no vaciló en emplear los tonos más discordan­tes y en utilizar cualquiera de los instrumentos de la orquesta para lograr extraordinarios efectos imi­tativos. Así, consiguió utilizar el silbido del vapor mediante una especie de cepillos duros frotados con­tra la piel del tambor; el ruido de los caballos por medio de un tambor chino de madera golpeado con palillos tubulares, y el sonido de la lluvia con un tambor lleno de piedrecitas, montado sobre cojine­tes, al que se le imprimía un movimiento rápido de rotación.
   Richard Strauss, nacido en Munich, Baviera, hijo de un músico, pronto demostró excepcionales condiciones; mas aunque comenzó a componer desde niño, hasta 1890 sus composiciones no presentaban nin­guna característica excepcional y era más conocido como director de orquesta que como compositor. Pero a partir de esta fecha, la obra de Strauss empezó a dis­tinguirse por sus radicales innovaciones. Levantó verdaderas tempestades de crítica y de oposición, y en cada nueva obra que estrenaba, se le llenaba de improperios y de ridículo. Sin embargo, poco a poco, el público empezó a familiarizarse con su música y a acostumbrarse a sus métodos; en los últimos tiem­pos, se le ha considerado como uno de los primeros compositores y directores de orquesta del mundo. En 1898, fue contratado para dirigir la Orquesta de la Ópera de Berlín.
   De las óperas de Strauss, seguramente la más discutida es Salomé, y la que ha tenido mejor éxito, El caballero de la rosa. Si sus poemas sinfónicos han despertado tan enconadas discusiones, sus can­ciones, en cambio, han sido universalmente apreciadas y han situado su nombre entre el de los más grandes autores líricos.
   Richard Strauss es autor de lieder, música de cámara, ballets; los poemas sinfónicos Don Juan, Muerte y transfigura­ción, Vida de Héroe, Tul Eulenspiegel, Don Quijote, Así hablaba Zaratustra; las óperas Electra y Ariadna en Naxos, además de las ya citadas; las sinfonías Doméstica y Alpina, etc.