En su origen, los Juegos Olímpicos estaban reservados a los hombres. A las mujeres no sólo se les prohibía participar, sino hasta presenciarlos, donde los atletas competían desnudos. Si alguna mujer desobedecía se hacía acreedora a la muerte.
En el año 600, una joven griega, organizó los primeros Juegos femeninos, llamados "Heras" en honor de Hera, la esposa de Júpiter. Estos juegos se efectuaban cada cuatro años, alternándolos con los Juegos masculinos.
Cuando en 1896 el barón de Coubertin restauró los Juegos Olímpicos modernos, excluyó a las mujeres, diciendo que una olimpiada femenina sería impropia. Coubertin opinaba que la participación de la mujer debía limitarse a coronar a los vencedores.
Pero, en 1922, Alice Milliat, una deportista obstinada, organizó en París los primeros Juegos mundiales femeninos. Y con asombro se descubrió que una competición entre mujeres no es nada ridículo. Finalmente, en 1928 fueron admitidas las mujeres a la Olimpiada de Amsterdam.