Los hombres prehistóricos valoraban y comercializaban el ámbar, una piedra semipreciosa que no es más que la savia de árboles petrificados. Seguramente más de una vez alguien se habría frotado el ámbar en su abrigo de pieles descubriendo que éste era atraído por la piedra. Tal vez esa persona lo frotó lo suficiente para producir chispas. El filósofo griego Tales de Mileto escribió acerca de estos efectos alrededor de 600 a. C.
Pero no fue hasta unos 2.200 años más tarde, que William Gilbert (1544-1603), médico inglés, llamó a este efecto "electricidad" en recuerdo del nombre griego para el ámbar "elektron". Gilbert demostró que la cera, el azufre, el vidrio y otros materiales se comportaban de la misma manera que el ámbar. Gilbert inventó el primer instrumento para detectar lo que ahora llamamos la carga eléctrica en los objetos llamado versorium, un puntero que era atraído por los objeto eléctricamente cargados. El médico inglés también descubrió que un cuerpo caliente perdía su carga y que la humedad impedía que los cuerpos se cargasen de electricidad.
En 1729, el científico inglés Stephen Gray (1666-1736) determinó que la carga, o lo que él llamaba la "virtud eléctrica", podía transmitirse a grandes distancias por los metales.