El combustible de las centrales nucleares consiste en uranio, en forma de pastillas que se apilan en tubos. Esos tubos se agrupan en haces y se colocan en el reactor, que está lleno de agua, rodeado de barras de control. Cuando se sacan las barras de control del reactor, los átomos de uranio empiezan a fisionarse y la temperatura del agua se eleva. El agua en ebullición genera vapor, que mueve unas turbinas conectadas a generadores eléctricos.
Aparte de calor, durante la fisión nuclear el uranio emite una radiación nociva. Por eso los reactores nucleares están formados de varias capas gruesas de metal y hormigón, que evitan que los materiales radioactivos escapen al medio ambiente. Los tubos usados son también muy radioactivos. Se enfrían en agua durante varios años antes de cargarlos en contenedores y transportarlos hasta un depósito de residuos, donde se entierran en túneles a gran profundidad, lejos de las poblaciones humanas.