¿Quién inventó una especie de olla a presión para propul­sar a los barcos?

   Ya Leonardo da Vinci había intuido la fuerza que puede producir el vapor de agua. Pero el primero en construir una máquina que aprovechaba el vapor de agua para empujar un ém­bolo dentro de un cilindro fue el mé­dico francés Denis Papin (1643-1712), en el año 1690. Papin, aunque había estudiado me­dicina, pronto se sintió atraído por los misterios de la física, así se con­virtió en discípulo y amigo del ho­landés Huygens, que había logrado importantes aplicaciones de la pól­vora como fuente de energía. Pero a Papin no le fue bien en su país, en parte por el poco éxito de sus inven­ciones y en parte por causa de su religión calvinista, por lo que decidió emigrar a Inglaterra. Allí colaboró con Robert Boyle, famoso por sus es­tudios sobre la composición y peso del aire, y allí también inventó Papin en 1679 el ingenio que habría de ha­cerle más famoso: la marmita de Papin, un rudimentario autoclave provisto de una válvula de seguridad, a la que dio el nombre de digester, y que era ni más ni menos que una antepasada de la olla a presión que hoy es de uso corriente en tantos hogares.

   Más tarde, Papin se trasladó a Ale­mania, donde habría de encontrar un mayor apoyo para sus innovaciones, logrando ocupar la cátedra de Matemáticas de la Universidad de Marburgo.
En Alemania, adelantándose a los que serían históricos descubrimientos de Newcomen y, sobre todo, de Watt, concibió y fabricó la primera máquina de vapor. Dentro de un cilindro, el agua calentada se expandía en forma de vapor y empujaba hacia arriba un émbolo. Retirando el cilindro del fuego, el vapor se condensaba y hacía caer el pistón, arras­trando por su propio peso una cadena engranada sobre una polea y en­ganchada a una pesa, que era así alzada. Papin decidió aplicar su in­vento a la locomoción marina y así nació un barco capaz de navegar mediante ruedas con remos fijos, accionadas por un eje que los pisto­nes hacían girar gracias a un sistema de engranajes. Papin pensaba que tal fuerza motriz ahorraría la necesidad de contratar marineros, a los que además hay que alimentar, ocupan espacio y añaden peso a las embarcaciones.

Un día de 1707, Papin y toda su fa­milia se embarcaron por el río Weser en una nave movida por tal ingenio. El barco impulsado por vapor funcio­nó, pero los bateleros del río com­probaron entonces que los objetivos de Papin era tan ciertos como poco interesantes para ellos, ya que la máquina les privaría de su trabajo. Y temerosos de tan peligrosa com­petencia abordaron el barco y lo des­truyeron a golpes de maza. Papin, arruinado, abandonó Alema­nia. Moriría en Londres siete años después.