George Stephenson

   Pocos inventores han tenido un ori­gen tan humilde como George Stephenson (1781-1848). Su padre era fogonero de las bom­bas de una mina, en el miserable poblado minero de Wylam, cerca de Newcastle, en Inglaterra, con el mezquino jornal de 12 chelines por semana. En una casa de una sola habitación, cercana a la boca de la mina, vivía el muchacho con sus padres y sus cinco hermanos. Los niños no iban a la escuela; el alimento escaseaba. Su infancia transcurrió en estas duras condiciones. A los 14 años, ya trabajaba en la mina como ayudante de su pa­dre y con el jornal de 1 chelín diario.

   A los 21 años, había ascendido a jefe de máquina y tenía a su padre a sus órdenes en calidad de fogo­nero. Con ganas de progresar y de aumentar sus conocimientos sobre el vapor y las máquinas, Stephenson, a los 18 años, entró por prime­ra vez en una escuela nocturna, donde tuvo que empezar por aprender a escribir su nombre. Todas las no­ches y todas las fies­tas, las pasaba traba­jando y estudiando, y ello le valió constantes ascensos. A los 31 años, ocupaba ya un puesto de cierta categoría en la mina de carbón de Killingworth y ganaba 100 libras al año, lo cual era en aquella época una cantidad im­portante, que le per­mitió dar la educación primaria a su pequeño.

   Sus conocimientos mineros lo llevaron a inventar una lámpara de seguridad, que más tarde perfeccio­nó Sir Humphry Davy, pero su afición y su interés se dirigían principalmente hacia las máquinas de vapor.
En las minas de aquella época, se construían unas pistas de madera o de hierro sobre las que corrían los vagones de carbón, que arrastraban los caballos. Stephenson pensó en substituir la fuerza de los ca­ballos por la del vapor. En realidad, la idea flotaba ya en el ambiente. Después de algunos experimen­tos, le fue fácil convencer a los propietarios de las minas para que llevasen a la práctica su proyecto. Su primera máquina, terminada en 1814, fue un éxito, y en la segunda mejoró el invento de Watt al hacer pasar por la chimenea los gases del ori­ficio de escape, con lo cual, consiguió aumentar la potencia y duplicó la fuerza de la máquina. Las locomotoras construidas por Trevithick, Hedley y otros tenían graves defectos. No podían desplegar todo su poder a causa de que sus ruedas impulsoras patinaban en los desiguales carriles que entonces se empleaban. Stephenson unió cada rueda al cuerpo de la locomotora por medio de un cilindro y un émbolo que transmitía su acción por medio de una biela. Esta mejora fue acompañada por un disposi­tivo que funcionaba con el vapor de la caldera que mantenía constante la presión de la rueda sobre el rail. Esta locomotora, de 1815, tuvo éxito y lo hizo famoso. Con el tiempo, llegó a ser ingeniero con­sultor de los ferrocarriles. El 27 de septiembre de 1825, una de las locomotoras Active, llamada des­pués Locomotion, que corría por el ferrocarril de Stockton a Darlington, fue la primera máquina que transportó pasajeros y mercancías. Su Rocket ganó en 1829 el premio de 2 500 dólares ofrecidos por la Liverpool and Manchester Railway a la mejor loco­motora.

   Stephenson, en esta época, era ya un hombre cé­lebre, y hasta que se retiró, fue uno de los más solicitados ingenieros para la construcción de fe­rrocarriles, no sólo en Inglaterra, sino también en todas las partes del mundo. Su hijo Robert (1803-1859) fue también un ingeniero célebre internacio-nalmente; construyó en Europa muchos puentes y ferrocarriles. Contribuyó al éxito de la fábrica de locomotoras que fundó su padre, que llegó a ser la más importante del mundo bajo el nombre de Ro­bert Stephenson and Company. Entre sus éxitos dentro del campo de la ingeniería, están los puen­tes de hierro tubular a través del Menai Strait y el puente Victoria en Montreal. George Stephenson murió en 1848, y Robert, en 1859.