La antigua Cartago

Cartago se levantaba sobre un pro­montorio rocoso situado en un extre­mo del actual golfo de Túnez. Al sur del promontorio había una laguna, y al norte inhóspitas salinas. La posi­ción era, pues, la mejor que se podía desear para construir una ciudad bien defendida. Bastaba cerrar el istmo que unía el promontorio a la tierra firme para completar el cerco defensivo.

Los cartagineses lo hicieron ense­guida levantando tres murallas para­lelas que, con una longitud de 5 kiló­metros, iban desde la laguna hasta las salinas. La muralla exterior tenía va­rios metros de ancho y 14 de altura; cada 60 m. se levantaba una torre.

Las tres murallas, que corrían bastante cerca una de la otra, estaban comunicadas entre sí por soportales.
El sistema de defensa de Cartago tomaba así el aspecto de un gigantesco bastión. Estaba dividido en dos plan­tas: en la inferior se encontraban los establos para 300 elefantes y los alma­cenes para su forraje; en la planta su­perior estaban las caballerizas y las casernas para soldados e infantes.

Algunas de las casas cartaginesas llegaban a tener hasta 6 pisos y esta­ban construidas muy cerca unas de las otras; las calles resultaban así estre­chas y profundas. También esto se ha­bía hecho con miras a una eventual defensa: con calles angostas y tortuo­sas, la defensa de la ciudad, en caso de una posible invasión, resultaría por cierto mucho más fácil y efectiva.

La plaza del mercado se extendía cercana al mar; en el centro de la mis­ma se levantaba un templo, junto al cual surgía el majestuoso palacio del senado. Aquí tenía su asiento el go­bierno de la ciudad. Cartago estaba gobernada por dos "sufetes" (jueces).

La nobleza cartaginesa residía fue­ra de la ciudad, en sus grandes here­dades, cuyas tierras cultivaban sus esclavos. En la ciudad residían el pue­blo y los pequeños y grandes comer­ciantes. Estos últimos, que se enrique­cieron sobremanera, participaron en el gobierno del Estado.

Más allá de estos edificios estaba el más grande y maravilloso secreto de Cartago. El poderío de Cartago se ba­saba en una serie de secretos. La ca­pacidad de trabajar en el mayor sigilo era un don que los cartagineses habían heredado de los muy astutos fenicios.

Secretas eran las estaciones de abas­tecimiento que los navegantes y cara­vanas cartagineses tenían por todas partes, desde los desiertos del Sudán hasta las costas del mar Báltico; se­cretas sus minas de metales valiosos; secretos los métodos de elaboración de las mercaderías importadas, secretos los sistemas de navegación y de orien­tación. Pero el secreto de que Cartago era más celosa era su poderosa flota.
Para quien llegaba de paso, Cartago, la reina del mar, parecía sin puerto y sin flota. ¿Dónde se guardaban los va­rios cientos de naves de carga y de guerra (estas últimas, todas trirremes y quinquerremes) que poseía la ciu­dad? En la costa baja y arenosa, con el trabajo de miles de esclavos se ha­bía excavado un gran canal en forma de corona circular, de un diámetro ex­terior de 325 metros. A lo largo de la circunferencia externa, amurallada, se ocultaban 220 dársenas separadas.

Una amplia galería de arcos, sosteni­da en su circunferencia interior por columnas y en el exterior por un muro, resguardaba los diques e impedía completamente, tanto desde el mar como desde la ciudad de Cartago, que fuera ob­servado el interior del puerto: nadie podía así ver y saber lo que ocurría allí dentro, ni si la flota estaba ancla­da o había salido para alguna misión. Un islote redondo formaba el centro de este puerto al que se llamaba "Cothon" que significa "la copa". Allí se levantaba el alcázar fortificado del Gran Almirante; y desde allí los ofi­ciales dirigían, con toques de trompe­ta, el trabajo de los grupos de obreros empleados en el puerto; desde la alta torre que sobresalía sobre el alcázar se podían avistar desde lejos las naves que se aproximaban al puerto. Del puerto militar, a través de un estre­cho canal, se pasaba al puerto mer­cantil. Este estaba formado por una dársena rectangular de 426 metros de largo por 324 de ancho. Ambos puertos se comunicaban con el mar por medio de un solo canal de unos 21 metros de ancho que, en caso necesario, podía ser rápidamente cerrado con cadenas.

El centro de la ciudad se encontraba sobre una baja colina llamada Byrsa allí los cartagineses levantaron sus edificios sagrados y los encerraron dentro de otro círculo de muralla guarnecidas de torres. Esto era la ciudadela, una ciudad dentro de la misma Cartago, en la que, en caso de invasión, si refugiarían todos para la última resistencia. En la ciudadela había una plaza a la que daban los templos dedicados a los dioses Esmún, dios de la salud, Baal-Ammón o Moloc, el Sol y Tanit, la Luna. Cuando la ciudad estaba en peligro, se colocaba en el patio del templo la estatua de Baal que representaba una figura humana con cabeza de toro y los brazos extendidos hacia adelante. En estas ocasiones, para aplacar al dios se le sacrificaban incluso víctimas humana; eligiéndose al efecto los hijos de la familias más nobles de la ciudad. En la vista de una parte de Cartago, tal como se presenta en la actualidad, se distinguen todavía la huellas de los dos antiguos puertos cartagineses: el militar, de forma circular, y el comercial, rectangular.