¿Quién logró, por fin, hacer volar al hombre?


Los hermanos Wright, obsesionados por la idea de conseguir una máquina que pudiera volar, habían construido un planeador que ciertamente resol­vía los problemas básicos de un vuelo controlado; a los modelos ya exis­tentes de planeadores, ellos habían incorporado dos modificaciones im­portantes: el timón vertical y las sec­ciones móviles de las alas, para el control lateral. Pero eran conscientes de que aquella máquina únicamente volaría si había un viento moderado y propicio que la sostuviera en el aire; seguía siendo simplemente un pla­neador. Los dos hermanos comprendieron que lo que le faltaba a su artefacto era un motor capaz de impulsarlo por sí solo, venciendo los caprichos del viento. Y se pusieron a construir ese motor.

Wilbur y Orville Wright, encerrados día y noche en su viejo taller de re­paración de bicicletas de Dayton (Indiana), trazaban planos, calcula­ban y estudiaban; serraban y martillaban listones de madera; trabajaban con un criterio científico muy estricto, sometiendo incluso su aeromodelo a fuertes corrientes de aire parecidas a los modernos túneles aerodinámi­cos de la ingeniería aeronáutica. Por fin, acoplaron a la estructura del aparato un motor de explosión de doce caballos que movía una hélice.

El 17 de diciembre de 1903 la mañana se mostraba desapacible y fría sobre la desierta playa cercana a Kitty Hawk, en Carolina del Norte. Allí están Wílbur y Orville Wright con su aparato, dispuestos a efectuar el pri­mer vuelo autopropulsado de la his­toria. Sólo están con ellos cinco per­sonas más; cinco testigos más bien escépticos sobre lo que van a ver. Le iba a corresponder al hermano menor, Orville, el honor de ser el primero. Puso el motor en marcha, zumbaron las hélices, el aparato se deslizó sobre un raíl de madera, co­gió impulso y... ¡despegó! Aquel biplano de listones de madera recu­biertos de tela voló algo menos de cuarenta metros en unos doce se­gundos, a una velocidad media de 12 km/hora. Uno de los acompañan­tes de los Wrighttoma una fotografía: el mundo podrá comprobar ya que es posible volar. Luego, es el turno de Wilbur, igualmente positivo; así, el primer aeroplano efectuará hasta cuatro vuelos en aquella histórica mañana.

Sólo algunos periódicos recogieron el excepcional acontecimiento. Y ni siquiera cuando los Wright consi­guen, algún tiempo más tarde, volar 40 kilómetros a la velocidad de 60 km/hora alcanzan el apoyo y el re­conocimiento suficientes para per­feccionar y difundir su invento. En 1905 el ejército de los Estados Unidos rechazó la oferta de los Wright, que pretendían venderle su aeroplano para efectuar reconocimientos. Para lograr que sus paisanos creyeran en su invento, los hermanos Wright tuvieron antes que conquistar el en­tusiasmo de toda Europa, particular­mente de Francia, donde Wilbur en 1908 hizo volar su aeroplano con llu­via y viento durante hora-y media, y se elevó más de cien metros. Ya nadie podía dudar. Al año siguien­te, los hermanos Wright eran reco­nocidos como héroes nacionales en su país. Comenzaba entonces una vertiginosa carrera de continuo per­feccionamiento de las máquinas que finalmente hacían posible el viejo sueño de volar.