¿Quién dio su apellido a los premios científicos más pres­tigiosos?

   Quizá Alfred Nobel no quisiera pa­sar a la historia únicamente como el inventor de poderosísimos explosivos. El caso es que dejó toda su fortuna, en su testamento del 27 de noviem­bre de 1895, a una fundación que premiase cada año a los más impor­tantes investigadores o inventores en los campos de la física, química y me­dicina o fisiología, al autor de la obra literaria de inspiración idealista más importante y a la personalidad que más se distinguiera en su esfuerzo por la paz, la convivencia entre los pueblos y el desarme. Nacían así la Fundación Nobel y los Premios Nobel, las más prestigiosas y mejor dotadas recompensas que se con­ceden en el mundo. En 1901 se con­cedieron los primeros Premios Nobel, al año siguiente de que el Gobierno sueco hubiera por fin aprobado el testamento de Alfred Nobel, objeto de polémicas durante cuatro años por su carácter internacionalista.

   Alfred Nobel había nacido en Estocolmo en 1833. En su calidad de quí­mico comenzó a fabricar nitroglice­rina en 1863, pero al serle prohibida su utilización como explosivo (la nitroglicerina es un explosivo poten­tísimo y muy peligroso, pues explota al mínimo roce) comenzó a experi­mentar con mezclas. Así llegó a la invención de la dinamita en 1867, al idear la absorción de la nitroglicerina por el kieselguhr, un polvo poroso constituido por esqueletos de dimi­nutos fósiles de gran poder absorben­te y químicamente inerte. Descubrió que esta mezcla, que inmediata­mente patentó, aun manteniendo su capacidad explosiva, era mucho más manejable y estable que la sim­ple nitroglicerina", y, por lo tanto, menos peligrosa. Más tarde, Alfred Nobel inventó la gelatina explosiva. Los nuevos explosivos dieron exce­lentes resultados en la minería y la prospección petrolífera. Pero tam­bién otro hallazgo de Nobel, la balistita (mezcla de nitroglicerina y binitrocelulosa), tuvo aplicaciones béli­cas, ya que, por ser el primer ejemplo de pólvora sin humo, fue rápidamen­te adoptado por todos los ejércitos. Gracias a sus patentes y a sus fábri­cas de explosivos, Alfred Nobel reu­nió una gran fortuna. Las rentas de su capital, que en su testamento determinó que fueran repartidas en cinco partes iguales, cada una des­tinada a recompensar los méritos de los más destacados cultivadores de las ciencias, las letras y las inicia­tivas pacíficas, serían el punto de partida de los premios más famosos del mundo. A ellos vendría a sumar­se, en 1969, el Premio Nobel de Economía, concedido cada año por el Banco Central de Suecia al econo­mista más destacado, también en memoria del inventor de la dinamita.